Image: Primo Levi o la tragedia de un optimista

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Ensayo

Primo Levi o la tragedia de un optimista

MYRIAM ANISSIMOV

5 septiembre, 2001 02:00

Trad. Teresa Garín Sanz. Ed. Complutense. Madrid, 2001. 607 páginas, 3.500 pesetas

Myriam Anissimov, judía de origen polaco, ya había perdido a gran parte de su familia en Treblinka, cuando nació en un campo de refugiados suizo en 1943. Cantante y actriz de teatro durante su juventud en Lyon, se inició en la escritura a la edad de 30 años y en la actualidad cuenta en su haber con al menos nueve relatos de temática judía e inspiración autobiográfica, como Comment va Rachel?, Le soie et les cendres o Dans la plus strict intimité.

En su novela más reciente, Sa majesté la mort, Anissimov se consagra a la preservación de su pasado a partir de fotos, cartas y recuerdos personales entreverados con su lengua materna: el yiddish. Conociendo su empeño por salvar los pecios del naufragio familiar no es extraño que en 1996 publicara una ambiciosa biografía del autor de I sommersi e I salvati, cuyas obras más significativas, Se questo è un uomo, La tregua o Il sistema periodico se nutren del material de la memoria y de la experiencia de Auschwitz. Traducida ya a varios idiomas, la biografía que reseñamos se articula en dos grandes partes: la primera comienza con el árbol genealógico de los Levi, continúa con la recreación de la infancia y la juventud bajo el fascismo, los años de formación en la facultad de química y concluye con la experiencia de la ocupación nazi, la reclusión en Auschwitz y su liberación.

La segunda parte principia con el regreso a Turín desde Bielorrusia y aborda el nacimiento de la vocación literaria y su estrecha relación con el oficio de químico, las polémicas mantenidas en torno al revisionismo, el terrorismo árabe y la política belicista del Estado de Israel y termina con la depresión y el suicidio del superviviente sobre el transfondo de un penoso cuadro familiar y de un recrudecer de los sentimientos de culpabilidad. Se incluyen sendos anexos sobre la historia de la comunidad judía italiana y del Piamonte, cuna de la familia Levi. No se trata empero de la obra de un docto en historia o filología, sino de una novelista, circunstancia que en principio debería redundar en beneficio del ritmo y la hechura narrativa. Sin embargo, el lector que ya conozca la obra del escritor piamontés puede llegar a sentirse defraudado ante tal expectativa, sin descontar en ocasiones cierto tedio provocado por un abuso de citas de la obra de Levi. Es verdad que Anissimov ha colmado ciertas lagunas de la vida de Levi con numerosas entrevistas realizadas a diversos amigos del biografiado, con extractos de cartas inéditas y con la confrontación de varios testimonios de otros testigos y supervivientes, algunos de ellos protagonistas en las primeras crónicas. Se trata quizás de la aportación más valiosa. No obstante, asombra que no siendo ya una novelista bisoña, Anissimov haya descuidado el trabajo de poda que exige una obra de tal extensión, pues para fastidio del lector se encuentra plagada de párrafos redundantes e incluso repetitivos.
Como indica el mismo título, la principal tesis de la biografía de Anissimov contempla la vida de Levi como la tragedia de un optimista. Y el principal obstáculo al que se enfrenta tal vez sea explicar cómo un optimista puede acabar arrojándose de cabeza por el vano de la escalera. La autora excluye interpretaciones freudianas, respetando en este sentido la voluntad de Levi que se espantaba ante la posibilidad de caer, como superviviente de Auschwitz, en manos de los analistas. La carga, interiorizada como deber inflexible, que se impusieron Levi y su mujer de cuidar a una madre senil y tiránica y a una suegra ciega, ambas nonagenarias, en su mismo domicilio, puede haber agravado la depresión incubada ya en el Lager. Sin embargo, Levi no dejó ninguna carta sobre los motivos explícitos de su decisión extrema y siempre había guardado distancias tanto frente al existencialismo de Améry como frente a las teorías de Bettelheim, que interpretaba la experiencia concentracionaria como una regresión infantil comparable a la esquizofrenia y al autismo. Incluso en polémica con Giorgio Manganelli, Levi había defendido la claridad e inteligibilidad del estilo literario y reprochado a la oscuridad de la escritura contemporánea, ejemplificada en Trakl o Celan, el provocar no sólo incomunicación, sino suicidios.

Por lo demás, Levi no experimentó de un modo tan radical la pérdida de confianza en el mundo y en el lenguaje que sufrió el apátrida Améry, pues tras su liberación pudo retornar al mismo hogar que le vio nacer y morir, se integró laboral y socialmente bajo el manto protector del estrecho círculo familiar de antaño y mantuvo casi intactas las raíces lingöísticas y culturales que le vinculaban, como judío asimilado, a la nación italiana. Sin embargo, tanto en los poemas como en su último ensayo asoma un tono luctuoso y desgarrado no tan lejano de los sentimientos de otros supervivientes menos esperanzados. Por ello, esta biografía debería llevarnos a ponderar de nuevo la fácil contraposición entre el Améry suicida y resentido y el Levi reconciliado y optimista.

"La experiencia del campo de concentración ha sido fundamental para mí", declaró en su momento Primo Levi , "porque mi verdadera universidad fue Auschwitz". "Quien ha vivido allí", decía, "se siente depositario de una experiencia fundamental, inserto en la Historia del mundo, testimonio por derecho y por deber". Nacido en Turín en 1919, había estudiado Química pero tras pasar por Auschwitz y vagar por el Este de Europa tras su liberación se dedicó a dar testimonio de lo vivido. Entre sus obras destacan Si esto es un hombre, Entrevistas y conversaciones, La tregua y Sistema periódico.