Rimbaud
GRAHAM ROBB
5 diciembre, 2001 01:00Arthur Rimbaud, por Gusi Bejer
¿Se puede hablar de Rimbaud sin reconocer que cada cual a su modo, desde Breton a Patti Smith, lo tuvieron por el iniciador de la modernidad, el padre de la ruptura, el rebelde radical, el místico en estado salvaje, vagabundo visionario y aún iniciador de la liberación de la mujer?
Antes de entrar en el gran corpus testimonial y erudito -casi 100 páginas sólo de apéndices, notas y bibliografía- Robb, en la "Introducción" pasa revista a la multiplicidad del mito Rimbaud. ¿Se puede hablar de Rimbaud sin reconocer que cada cual a su modo, desde Breton a Patti Smith, pasando por Camus, Claudel, Henry Miller o Ginsberg entre otros, lo tuvieron por el iniciador de la modernidad, el padre de la ruptura, el rebelde radical, el místico en estado salvaje, vagabundo visionario y aún iniciador de la liberación de la mujer? Al mismo tiempo que avisa de ello -que puede matizarse sin negarse, casi todo cabe en Rimbaud- Graham Robb avisa también del tono reverencial que tras su muerte quisieron imponer otros sobre el díscolo, empezando por su hermana Isabelle (la que le cuidó en su enfermedad final en Marsella) y que dictó a su marido Paterne Berrichon una Vida de Arthur Rimbaud (1897) a la que ella pretendió titular La encantadora vida de Arthur Rimbaud. Según Robb el intento de limpiar a Rimbaud, "continúa ejerciendo una influencia sorprendente".
Creo que en su documentadísimo y ameno texto, tampoco Robb se complace -como Breton o Miller, en libros de otro signo, no biográfico- en echar más azufre al fuego. Sencillamente, porque no hace falta. Arthur Rimbaud (1854-1891), mito del adolescente rebelde, del joven poe-ta genial, del anticonvencional puro, del trasterrado en busca de un Dorado interior o simplemente huyendo del desengaño -algo se le podría equiparar con Gauguin- fue todas esas cosas en lo que tienen de excepcional y a menudo (se nos deja ver) de insoportable. Un ejemplo simbólico: cuando el muchachito Rimbaud, ya amante del casado Verlaine (veamos la célebre fotografía de Carjat) se hospeda unas semanas en una buhardilla que le presta Banville -amigo de Verlaine, y el primer poeta a quien se dirigió el adolescente literario- este salvaje (palabra que se otorga a menudo al jovencito Rimbaud) rompió o ensució cuanto encontró en el cuartucho, se acostó con las sucias botas puestas y hasta le dejó a Banville un zurullo sobre la almohada... Genialoide y genial "la señorita Rimbaud", como escribió Lepelletier en una crónica, el muchacho del cuadro de Fantin-Latour que según otro pintor, Forain, "apestaba a genio", rompió moldes y corrió con el gran Verlaine disparatada y queridamente hacia el abismo. Su historia no sólo tuvo sexo, sino que lo excedió. Y Rimbaud le clavó a su amante un cuchillo en la mano, una noche, en un café de Pigalle. Exceso. Ruptura: esos fueron los términos.
Aquí está todo Rimbaud probado: poeta y hombre. Sin pelos en la lengua ni tampoco literaturizaciones innecesarias. Aquí vemos al muchachito terrible retratado por Carjat y al comerciante en Harar (marfil, armas, camellos) que aparece -en fotos borrosas, bien lejos del adolescente- en 1883. "Un comerciante extraordinario. Tenía un gran futuro ante sí", dijo Maurice Riès, socio de uno de sus colegas allá lejos. Pues la claridad no quita en Rimbaud ni la turbiedad ni la plural lejanía. Su luz otra. Su extrañeza.
La vida de Rimbaud en áfrica y Abisinia ha sido uno de los capítulos más enigmáticos de otro Rimbaud. Al ya clásico libro de Alain Borer, Rimbaud en Abisinia (FCE, 1984), se unió en 1997 Rimbaud en áfrica, del británico Charles Nicoll, que Anagrama acaba de traducir al español. De ellos dice Robb: "Las mejores [biografías de Rimbaud en áfrica], como las meditaciones negrománticas de Alain Borer o Arthur Rimbaud en áfrica, el descarnado y lírico homenaje de Charles Nicoll, son además obras literarias".