Image: Victoria Kent

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Ensayo

Victoria Kent

Miguel Ángel Villena

1 marzo, 2007 01:00

Prólogo de Carmen Alborch. Debate. Barcelona, 2007. 281 páginas, 20 euros

Con la conmemoración, el año pasado, del 75 aniversario de la aprobación del sufragio femenino se ha reactivado el interés histórico hacia las dos figuras que simbolizaron el decisivo debate sobre el tema en las Cortes republicanas: Clara Campoamor -vehemente defensora del derecho al voto de la mujer- y Victoria Kent, que se opuso a dicho reconocimiento, no por principios, sino por razones tácticas. En aquel momento, muchos políticos de mentalidad progresista -entre ellos, la propia Kent- temían que la afluencia a las urnas de la población femenina, teóricamente controlada por la Iglesia y las fuerzas más conservadoras, significara la desnaturalización del proyecto reformista de la República.

La historia dio la razón a Campoamor frente a Kent pero ello no explica en opinión de M. A. Villena el olvido posterior. Es innegable, continúa argumentando su biógrafo, que intervino también la "desmemoria" franquista, como pasó con tantos ilustres republicanos. Aun así, en este caso habría que tomar en consideración otros factores: "demasiado burguesa para la izquierda, demasiado rebelde para todos", carente de una ubicación ideológica clara y sin un partido fuerte que la aupara, Victoria Kent vivió siempre con una gran independencia, tanto en el aspecto privado como en sus responsabilidades públicas. Retirada de la política activa, pasó la última parte de su vida en un exilio dorado en los Estados Unidos y no llegó a desempeñar un papel de relieve en la oposición antifranquista.

Subraya Villena que se trata de un personaje atractivo por sí mismo y por lo que suponía su lucha en una España atrasada y llena de prejuicios. Nacida en Málaga en 1892 (no en 1898, como se dice en la contraportada), Victoria Kent fue pionera en múltiples campos: académicos (doctora en Derecho), profesionales (abogada laboralista, primera letrada en un Consejo de Guerra) y políticos (diputada y, sobre todo, Directora General de Prisiones). Fue este último cometido, que desempeñó en una corta etapa de 14 meses (abril 1931-junio 1932), el más importante de su carrera política, el que más fama le dio y el más representativo de sus inquietudes sociales y tendencias reformistas. En la línea compasiva de Concepción Arenal, intentó una humanización de las cárceles que luego sería recordada y seguida por políticos de la democracia como C. García Valdés.

Villena ha concebido esta biografía, escrita de modo llano y sin complicaciones -también un poco reiterativa-, como reivindicación casi militante de su figura. Es congruente por ello que enfatice siempre los elementos positivos y ponga sordina a los más discutibles. Desde una perspectiva más amplia, su libro es también un testimonio de admiración hacia todos aquellos luchadores que vivieron, al igual que Victoria Kent, una "pasión republicana".