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Karl Marx o el espíritu del mundo
Jacques Attali
24 enero, 2008 01:00Tiene razón Attali cuando señala que tal vez haya llegado el momento de revisar la extraordinaria trayectoria intelectual y política de este "espíritu del mundo", procurando acercarse a ella sin los prejuicios impuestos por la estricta militancia izquierdista o por la descalificación irreflexiva, que la sepultó bajo los crímenes del estalinismo y de tantas otras dictaduras del siglo pasado amparadas en su nombre. Más discutible parece que la forma idónea para hacerlo sea a través de una biografía como la suya. No es que su exposición de las diferentes facetas de la personalidad de Marx, presentando en sucesión cronológica al filósofo, revolucionario, economista, jefe de la Internacional o pensador de El capital carezca de interés para iluminar determinados aspectos de su obra. Pero se trata de una biografía contada sin tensión ni dramatismo, limitada a veces al simple acopio de datos y que aporta pocas novedades al conocimiento de la vida de Marx ya transmitido por exhaustivos trabajos como el de Auguste Cornu.
Tampoco resulta del todo convincente la sustitución de los prejuicios de aquellas viejas lecturas autoritarias por los de su nueva lectura "liberal" de Marx. Haciendo de él un reformista moderado, apologe-
ta del librecambio y admirador de los logros del capitalismo, que sencillamente esperaría de su futura corrección democrática un mejor aprovechamiento del mercado a fin de promover cierta protección filantrópica de sus víctimas, Attali desfigura a Marx en aspectos esenciales. Lo hace desde luego al atribuirle la idea de que la Historia no la forjan las clases sociales, sino los individuos; pero también al deshistorizar su valoración de la sociedad burguesa, convirtiendo su reconocimiento de los avances que ésta supuso frente a formas pretéritas de organización social en una especie de conquista definitiva e insuperable; cuando lo cierto es que Marx precisa que el papel revolucionario antaño jugado por la burguesía -y consistente en sustituir una explotación enmascarada tras ilusiones religiosas y políticas por una "explotación abierta, directa, brutal"- se agota conforme ésta se establece en el poder como clase dominante, pasando a ser el proletariado la nueva clase revolucionaria, única capaz de luchar de modo consciente y realista por la implantación de una forma política de democracia radical (que, en el caso anterior, habría sido mera aspiración ideal, o sea, ideológica). Attali, que alaba a un Marx periodista, defensor de la libertad de expresión, desdibuja en cambio a este Marx revolucionario y activista de la Internacional.
Pero el mayor problema es que el Marx filósofo se escapa a través de este relato de alguien que declara no haber sido nunca marxista en ningún sentido de la palabra y que, pese a haber mantenido correspondencia con Louis Althusser, poco parece haber aprendido del autor de Pour Marx acerca del carácter de ruptura radical, de "corte epistemológico", que supone el análisis marxiano de la mercancía como modo de darse lo real en la sociedad moderna. La sugerencia, verdaderamente interesante, de un Marx pensador de El capital, deslindado de los textos escritos en colaboración con Engels, se pierde así y en su lugar aparece la descripción de un intelectual entusiasta del mundo globalizado, más similar al propio Attali que a aquel barbudo espíritu que afirmaba que, en una época en la que todo lo sólido se desvanece en el aire, hay que ahondar en la profanación de los grandes fetiches: incluido el de la globalización.