Y Aznar llegó a presidente. Retrato en tres dimensiones
Miguel Ángel Rodríguez
12 marzo, 2010 01:00Miguel Ángel Rodríguez
El retrato que traza Rodríguez es el de un hombre que persevera en el esfuerzo personal, que se enfrenta resueltamente a los contratiempos, que se apoya en convicciones fir-mes, que encuentra una ayuda vital en su esposa, Ana Botella, que se obsesiona con el servicio a España, lo que paradójicamente le ha reportado odios y devociones en este extraño país ("Siempre está pensando en España, porque sólo eso ha tenido en la cabeza. En este punto radica gran parte de la animadversión que ha generado para unos y casi toda la grandeza que inspira a otros", p. 231), y que tiene fijación con la austeridad en el gasto y en las formas, todo lo cual ha hecho de él "un español atípico. Pudo equivocarse, pero no mintió, no robó, no prevaricó, no traicionó", p. 18.
No faltan alusiones a las maneras de Aznar que Rodríguez entiende negativas. Es crítico con su estilo a veces adusto y con su torpeza cuando ha de mostrarse amable y comunicativo. Lo expresa, es lógico, desde la proximidad y el afecto, y de ese modo expone también su crítica al error que cometió al apoyar la invasión de Iraq, "no escuchar a la calle y no sentir la necesidad de explicar mil veces qué estaba haciendo España exactamente" en aquella guerra (p. 80).
Una de las informaciones más valiosas del libro versa sobre las dificultades y angustias de Aznar y su equipo para enfrentarse al entonces todopoderoso González y a las campañas agresivas de los socialistas, que conceptúa como un "ataque a discreción", en el que participaron muchos que nada sintonizaban con el PSOE pero estaban bien influidos o manejados. El acecho tuvo tal éxito que hasta Thatcher, la líder conservadora británica, ¡pensaba que el PP era un partido franquista! y nunca le apoyó (p. 180). Y prueba del rencor de González es que ni él ni uno solo de sus ministros se acercó a Aznar después de que sufriera el atentado de ETA.
Y luego ofrece el morbo de las dificultades que encontró en su propio partido. La primera, la representada por Hernández Mancha, que le organizó unas "campañas de acoso interno" (p. 85), luego la de Fraga, a quien no cita por su nombre, que no ocultaba sus celos ("una de las cosas más increíbles que me ha tocado ver", p. 40), o la de Herrero de Miñón, que "fracasó absolutamente" en su vaticinio. Rodríguez alaba, en cambio, el trabajo del sociólogo Pedro Arriola, que obtuvo un gran ascendiente sobre Aznar, y ofrece una de cal y otra de arena sobre Mariano Rajoy. Con alguna otra gente ajena al PP se muestra también áspero. Por ejemplo, con Mario Conde, cuyo nombre calla, por su labor de zapa para "saquear el PP" y con Zapatero, descrito como "la nadería sonriente frente al esfuerzo".
El libro tienemuchos atractivos, no sólo para los aznaristas, y permite conocer mejor un tiempo y a un protagonista que han sido y aún son objetivos de tantos ataques interesados. Hay en sus páginas información para superar el tópico y despejar errores.