Batalla entre incas y españoles en un mural de Juan Bravo, en Cuzco
El interés del estudio es indudable, pues no en balde los años del emperador fueron el periodo esencial para la conquista española de las Indias. En menos de cuatro décadas, España pasó de los primeros enclaves ultramarinos, surgidos de los asentamientos iniciales en las islas del Caribe, a completar casi totalmente la extensión geográfica de los que habrían de ser sus dominios americanos. Aztecas e incas, los dos grandes imperios continentales fueron destruidos y dominados, así como otros muchos pueblos en ambas partes del nuevo continente. Y no solo eso, junto a la implantación del cristianismo, se desarrolló una nueva sociedad, con la presencia dominante de los conquistadores e inmigrantes hispanos, y se pusieron las bases institucionales, políticas, legislativas, urbanas y culturales del Nuevo Mundo. Todo ello está presente en el libro de Thomas, que además, y a diferencia de las tradicionales críticas a la conquista española procedentes del mundo anglosajón, manifiesta en todo momento su admiración por la ingente obra colonizadora desplegada, lo que no le impide criticar crueldades y abusos. Es por tanto una obra mesurada, además de bien escrita, aunque adolece de un defecto importante, como es la escasa conexión que se establece entre América y Europa. El libro de Thomas se convierte así en una historia clásica de la conquista de las Indias, centrado en la narración de las hazañas épicas que unos y otros llevaron a cabo, pero el Imperio español de Carlos V, que es como se titula el libro, queda un tanto fuera, o al menos su parte española y europea. Es evidente que la intención del autor no era ésta, pues se interesa también por hechos como el saco de Roma, la conquista de Túnez, las guerras hispano-francesas o la organización de los consejos. Lo que ocurre es que su presencia es mínima en relación con América. Italia o Flandes prácticamente no existen, por lo que si alguien, a partir del título, esperaba encontrar una historia del conjunto del imperio dominado por España, quedará sin duda defraudado. El libro es, así, una buena y bien documentada historia de la América hispana, fácil de leer, aunque predomina en ella lo narrativo sobre lo interpretativo.
Autores fundamentales para el conocimiento del imperio carolino (Hernando, Belenguer, Galasso o Rodríguez Salgado, entre otros) están ausentes de la bibliografía, lo mismo que algunas de las aportaciones de los últimos años. A ello se unen, además, algunos errores importantes, que tal vez sean achacables a la traducción. Lo es, por supuesto, el traducir House of Lords por "Casa -en lugar de Cámara- de los Lores" (en la solapa) y supongo que también se debe a los traductores el llamar "plebeyos" a los Almirantes de Castilla (p. 18), o "Consejo del Reino" al Consejo de Castilla. Pero, en fin, se trata de errores que no disminuyen el inmenso trabajo llevado a cabo por el historiador británico, autor de un libro bien documentado y de fácil y agradable lectura, que deja traslucir su admiración por el formidable imperio creado por los españoles en América durante el reinado del emperador Carlos V, que habría de ser la base de la dilatada presencia hispana en el Nuevo Continente y el origen de un hecho de tanta transcendencia como la expansión americana de la lengua y la civilización españolas.