Italo Calvino. Iñaki Andrés

Selección de Antonio Colinas. Traducción de Carlos Gumper. Siruela. 548 páginas



Lo primero que llama la atención en esta variada correspondencia, extendida a lo largo de casi cuarenta años, es la casi total ausencia en ella de lo que pudiéramos llamar información personal. Y no es que Italo Calvino (1923-1985) fuera parco al expresarse por carta: al contrario, las hay en este epistolario muy extensas y razonadas, en las que el escritor adopta sin ambages las convenciones del ensayo o del artículo de crítica literaria. Figuran entre sus corresponsales lo mejor y más granado de la literatura italiana de posguerra (Sciacia, Ginzburg, Pasolini, Moravia), así como otros pertenecientes al mundo de la edición, italiana o internacional o cineastas como Antonioni. Hay también -lo que parece casi connatural al tono impersonal de esta correspondencia- no pocas cartas "abiertas", publicadas en periódicos.



En todas ellas oficia un personaje peculiar, que no se ajusta del todo a lo que el lector de literatura autobiográfica podría esperar del autor de un epistolario tan extenso y prolongado. Ya en las cartas juveniles a su coetáneo Eugenio Scalfari aprende Calvino a impostar un tono paródico, altisonante a veces, cómico en ocasiones, que coarta o pone en entredicho cualquier expansión personal. Contrastan estas cartas jocoserias con las que escribe a sus padres: escuetas, parcas, casi meras rendiciones de cuentas respecto a sus gastos de estudiante y la marcha de sus estudios. La caída del fascismo y la conmoción que siguió, en la que el escritor pasó por la Resistencia e inició su militancia comunista, situaron a Calvino en el núcleo más influyente de la intelectualidad italiana: "hace un año -escribe en marzo de 1947- era aún un desconocido…, hoy soy en narrativa uno de los nombres más conocidos de la nueva generación, tengo cierto renombre como crítico, publico lo máximo que puede publicarse hoy, soy amigo de todos los grandes nombres de las letras italianas…".



Desde esa posición de intelectual casi orgánico de la nueva situación político-cultural, Calvino adopta en su correspondencia una especie de método dialéctico de raigambre nítidamente marxista, por el que los asuntos de sus cartas son abordados desde la doble perspectiva de la complicidad amistosa y la crítica radical, no ya a los posibles defectos de las obras comentadas, sino a la propia pertinencia de éstas en la coyuntura histórica contemporánea… Desde nuestro actual descreimiento de esas perspectivas, resulta curioso ver a los escritores de entonces tirando piedras contra su propio tejado en nombre de los apriorismos políticos del momento. Y ni siquiera la crisis húngara de 1956, que llevó a Calvino a distanciarse del Partido y, eventualmente, a abandonarlo, supuso una renuncia inmediata a tan antipática metodología. A través de ella difícilmente afloran sentimientos como los provocados por el suicidio de Pavese, que Calvino intenta inútilmente ajustar a las líneas generales del proceso histórico-político en el que se creía inmerso.



Hablan estas cartas de un gran fracaso: el de toda una generación de intelectuales que creyeron firmemente -y también un poco ingenuamente- en su propia relevancia. Los incondicionales del autor italiano seguramente agradecerán la luz que esta correspondencia arroja sobre su evolución y sus relaciones con otros escritores coetáneos. Quienes no lo somos tanto, en fin, nos hemos aburrido un poco.