Homenaje a Antonio Flores de Lemus

Tleo. Granada, 2010. 251 páginas, 14 euros



Además de otros muchos estudios de historia del pensamiento económico, el catedrático e historiador Manuel Martín Rodríguez es coautor, con Eloy Fernández Clemente, de uno titulado Sesenta economistas académicos del exilio de 1936-1939, integrado en la obra póstuma de Enrique Fuentes Quintana,y editada por Francisco Comín, Economía y economistas españoles en la Guerra Civil (Barcelona, 2009). El libro que hoy comento representa una ampliación y continuación de dicho trabajo. Martín Rodríguez considera ahora, no sólo a quienes se alejaron de España durante la Guerra Civil o tras su terminación, sino también a aquellos economistas que hubieron de expatriarse durante los años de gobierno de Franco, y a los hijos y nietos de los exilados que se dedicaron en el exterior al estudio de la economía. La mayor parte de estos economistas de la primera o de la segunda generación del exilio, como Faustino Ballvé (1887-1959), Julián Alienes o Macrino Suárez, entre otros muchos, han sido prácticamente ignorados en el mundo académico español, a pesar de su brillante ejecutoria profesional y del alcance y la importancia objetiva de sus numerosas publicaciones, muy bien sintetizadas -como ocurre con todos los autores recogidos en este libro- por Manuel Martín Rodríguez.



El autor agrupa a los economistas exilados en distintos conjuntos, diferenciados por su destino geográfico: Europa, México y otros países latinoamericanos. La primera inferencia del estudio que sorprende al lector -y parece que al propio autor - es el elevado número de economistas que componen este exilio, circunstancia tanto más destacable cuando se observa el interés de las cuestiones abordadas en sus trabajos y la calidad intelectual de los centros universitarios, organismos internacionales y empresas culturales en que se integraron, como el Colegio de México, la UNAM, la editorial Fondo de Cultura Económica, la CEPAL o el Instituto Venezolano de Análisis Económico y Social.



La deducción inmediata a esta constatación es la enorme pérdida -sobre todo, de riqueza intelectual, de visión plural, de continuidad científica y de cosmopolitismo- que este exilio representó para la sociedad española de los años cuarenta al setenta, empobrecimiento tanto más dañino cuando se operó en una profesión, la de los economistas, que aún se encontraba en ciernes en 1936. Obviamente no se pueden tampoco silenciar las terribles consecuencias personales que el exilio trajo a los expatriados, por más que -al cabo de unos años- muchos consiguieron rehacer su vida familiar y su actividad profesional en los países de adopción que, en la mayoría de los casos, los acogieron generosamente. El más conocido de todos estos desplazados, Antonio Flores de Lemus -el maestro más influyente de de los economistas españoles durante el primer tercio del siglo XX-, vivió un auténtico calvario desde que hubo de abandonar precipitadamente el Madrid republicano, ante las amenazas contra su vida, evitando en la medida de lo posible su implicación en la guerra. Tras años de penuria en Francia, regresó a España, donde fue tratado con indiferencia despectiva por las nuevas autoridades, y donde murió en 1941 sin ser reintegrado a su cátedra. Por tales circunstancias puede ser considerado con justicia uno de los representantes de la "Tercera España", víctima de ambos bandos en conflicto.



Algunos emigrados pudieron regresar, consiguiendo ser repuestos en la Universidad y jubilarse, antes de morir en su patria, mientras que otros desenvolvieron su actividad, en condiciones de cierta libertad intelectual, dentro de España, hasta la restauración de la democracia. En algunos casos, el Banco Urquijo y otras instituciones similares les prestaron apoyo, incluso en los años más difíciles, entre 1945 y 1960. Ello nos conduce a otra evidencia: la mayor parte de los economistas del exilio no eran, por supuesto, corporativistas pero tampoco marxistas ni estructuralistas. La mayoría de estos expatriados del franquismo, y sobre todo los más brillantes, eran liberales ortodoxos y keynesianos, fieles a la economía de mercado abierto.