Duelo a garrotazos (1819), de Francisco de Goya.
Quizá choque una postura tan contundente y que parece ir en contra de textos y autores que contemplan el siglo XX como uno de los más sanguinarios de la historia de la humanidad. La Organización Mundial de la Salud (OMS), en su Informe Mundial sobre la Violencia y la Salud del año 2002, declaró la violencia uno de los principales problemas de Salud Pública en todo el globo. Si pensamos sólo en formas actuales de violencia como el mobbing -violencia en el trabajo-, el bullying -violencia escolar- o la violencia doméstica y cotidiana, se hace evidente que la posición de Robert Muchembled requiere, para que sea convincente, sustentarse en una argumentación sólida. Profesor de Historia en la Universidad Paris XIII, Muchembled se doctoró con una investigación sobre violencia y sociedad. Posteriormente su obra escrita se ha diversificado dentro del amplio territorio de la cultura popular.
El lector entra en este estudio a través de las sociedades rurales medievales. La brutalidad juvenil era algo admitido y se dirigía contra los congéneres próximos y vecinos. Fueron las instituciones de socialización, como la Iglesia, la escuela o el ejército las que comenzaron a domar los comportamientos violentos. Hacia 1530, el clima intelectual avanza en esa dirección gracias, en buena medida, a dos obras cruciales para la época: De la urbanidad en las maneras de los niños, de Erasmo de Roterdam, y El cortesano, de Castiglione. Posteriormente, en el Versalles de Luis XIV la violencia entre jóvenes cortesanos es fuertemente censurada y se reserva para la guerra contra los enemigos exteriores.
Históricamente, la criminalidad ha sido cosa de varones. Los implicados, como vemos en estas páginas, son sobre todo hombres entre 20 y 30 años. Las mujeres son hoy responsables de tan sólo un 10% de los delitos. En la actualidad se ha producido un cambio lleno de interés. Mientras en Europa Occidental y en Estados Unidos la violencia continuaba descendiendo, en los antiguos países del Este se mantenía. La tasa de homicidios en la Comunidad Europea, antes de la ampliación, fluctuaba entre el 0,7 y el 1,9 por cien mil habitantes, mientras que en Rusia dicha tasa, en el año 2000, alcanzó el 28,4.
Al compás del discurrir histórico, el autor analiza el concepto de violencia, término que aparece en el siglo XIII derivado del latín vis, que significa "fuerza", y en las distintas teorías que desde saberes diversos han indagado tan humano como execrable comportamiento. Pero la aproximación teórica no es el fuerte de Robert Muchembled. En lo que brilla es en la descripción del papel de las ciudades como elemento pacificador en el recorrido desde el Renacimiento hasta después de la Revolución francesa.
En un excursus que el lector agradece, Robert Muchembled se desliza por el territorio de un género en el que el homicidio es el argumento central. En su opinión, la literatura negra, consumida en masa, tiende a moralizar a la juventud. Se cierra este volumen con un capítulo dedicado a las bandas que florecen en el extrarradio de las grandes urbes europeas. Aunque ruidosos, son pocos los jóvenes que rompen el tabú del homicidio. Finaliza así un texto que, en línea con la sabiduría de Norbert Elias, cree en el proceso civilizador.