Claude Lanzmann. Foto: Bernardo Díaz

Trad. Adolfo García Ortega. Seix Barral. Barcelona, 2011. 523 páginas, 24 euros



La biografía de Claude Lanzmann (París, 1925) parece estructurarse como las muñecas rusas: un cineasta que guarda en sí a un escritor, que esconde a un filósofo, que contiene a un activista intelectual, que oculta a un periodista comprometido, que ampara a un guerrillero, que acoge a un militante revolucionario, que… Que tiene como semilla originaria de todo ello a un niño judío, pobre, privado de su madre e, inicialmente, y por poco tiempo, asustado.



Pero, a la inversa, aquel niño, que podía haber sido arrasado por los huracanes de su infancia y del atroz tramo histórico que le tocó vivir, tras esquivar por primera vez la muerte, irá desarrollando distintos caparazones que no serán sólo escudos de supervivencia, sino herramientas para un frenética aventura vital en algunas de las grandes trincheras del siglo XX, encarando repetidas veces el horror, el riesgo y, con ello, incrementando, pese a la sombra alargada de diversas guillotinas, la "alegría salvaje" de vivir, de estar vivo.



La liebre de la Patagonia es un libro apabullante. Las peripecias vividas por Lanzmann tienen abundantes ingredientes novelescos, de manera que sus memorias -saltos atrás y adelante-, sujetas a la oralidad del dictado a una colaboradora -luego, evidentemente, corregido-, son un potente chorro, una noria frenética, un veloz carrusel de personajes y acontecimientos, en los que la vida personal de Lanzmann se ensarta y se engarza con un siglo convulso, jugando el texto el doble papel de dar testimonio de una existencia individual trufada de experiencias y de ser la crónica subjetiva de un proceso colectivo repleto de charcos en los que el protagonista, el narrador, metió sus pies con peligro de ahogarse en agua y sangre y con la intención de vencer a la muerte, a la mentira, a la oscuridad y a la injusticia.



El joven comunista y resistente antinazi, el adulto que durante once años se entrega a la realización de las más de 9 horas de la excepcional película documental Shoah y que desde hace más de veinte años dirige la revista de pensamiento Les Temps Modernes, el amigo de Jean-Paul Sartre y el amante de Simone de Beauvoir, el hombre que se manifiesta en el momento crítico en contra de la presencia francesa en Argelia y siempre a favor del Estado de Israel es, en el mejor sentido de la palabra, un aventurero y, por supuesto, un hombre de acción, lo que le lleva a otras múltiples empresas políticas, intelectuales y artísticas, al viaje por toda clase de territorios físicos y de conciencia, al conocimiento de destacadas personalidades y a reiteradas experiencias amorosas. De todo ello da cuenta Lanzmann en La liebre de la Patagonia con una mezcla de intemperancia, sinceridad, atrevimiento, ternura y clemencia, descargando juicios y opiniones que, unas veces, mueven a la empatía y, otras, a la antipatía, si bien siempre dejan huella.



Si su mirada sobre el Holocausto en Shoah ya daba, entre otras cosas, medida del concienzudo nivel de la autoexigencia creativa de Lanzmann y desembocaba en una obra maestra del cine, ahora no cabe tanta sorpresa al comprobar que estamos ante un escritor de primerísima magnitud.



Si La liebre de la Patagonia, una vez empezado, no puede abandonarse, ello se debe a su gran altura literaria, a la extraordinaria calidad de su escritura, que lo mismo sirve para narrar un vuelo en avión que el terrible desenlace de su hermana. Hay libros de corte memorialístico (y que podrían parecer de semejantes caracte- rísticas) que acaban destinados a estudiosos e historiadores. La liebre de la Patagonia es por encima de todo, con sus variados valores añadidos, extraordinaria literatura.