Los ceniceros es, sobre todo, un libro muy francés, en el que se aúna el autobiografismo un tanto remontado de Génet o Léautaud con la ligereza de Colette. Un libro, como el Gil Blas de Lesage o El Cid de Corneille, escrito en falsilla española, porque la autora se declara admiradora de Bergamín y Ramón y, como éstos, hace del párrafo breve, a veces decantado hacia la ocurrencia ingeniosa, la unidad articuladora de su relato. Esa ligereza formal, así como el frecuente recurso a la ironía y las constantes profesiones de frivolidad y mundanidad, no ocultan un fondo de gravedad y melancolía, expresado por la carga semántica frecuentemente asociada a las cenizas, y a la evidente similitud entre el objeto destinado a recibir las del tabaco y la tumba que ha de albergar las nuestras. Cada cigarrillo fumado, parece querer decirnos la autora, es un recordatorio de ese ineludible destino. Y es, al tiempo, un gesto de afirmación vital, al que cabe referir lecturas, jornadas de trabajo, amores, viajes, etc. Cabe la vida entera, si no en un cenicero, sí en una colección de ellos, como la que la autora dice tener repartida entre sus casas y las de sus amigos.Termina este libro hecho de humo con una apelación final a la trascendencia; que es, por así decirlo, la aspiración de la ceniza a seguir el camino ascendente de su correlato gaseoso.
Mis ceniceros
Florence Delay
1 abril, 2011 02:00Los ceniceros es, sobre todo, un libro muy francés, en el que se aúna el autobiografismo un tanto remontado de Génet o Léautaud con la ligereza de Colette. Un libro, como el Gil Blas de Lesage o El Cid de Corneille, escrito en falsilla española, porque la autora se declara admiradora de Bergamín y Ramón y, como éstos, hace del párrafo breve, a veces decantado hacia la ocurrencia ingeniosa, la unidad articuladora de su relato. Esa ligereza formal, así como el frecuente recurso a la ironía y las constantes profesiones de frivolidad y mundanidad, no ocultan un fondo de gravedad y melancolía, expresado por la carga semántica frecuentemente asociada a las cenizas, y a la evidente similitud entre el objeto destinado a recibir las del tabaco y la tumba que ha de albergar las nuestras. Cada cigarrillo fumado, parece querer decirnos la autora, es un recordatorio de ese ineludible destino. Y es, al tiempo, un gesto de afirmación vital, al que cabe referir lecturas, jornadas de trabajo, amores, viajes, etc. Cabe la vida entera, si no en un cenicero, sí en una colección de ellos, como la que la autora dice tener repartida entre sus casas y las de sus amigos.Termina este libro hecho de humo con una apelación final a la trascendencia; que es, por así decirlo, la aspiración de la ceniza a seguir el camino ascendente de su correlato gaseoso.