En 1997 el Partido Laborista retomó el poder en el Reino Unido. Tony Blair percibió la potencia de las industrias culturales y convirtió dicha potencia en una eficaz arma contra los conservadores. Nada más instalarse en el gobierno, el Nuevo Laborismo creó una comisión destinada a catalogar y urbanizar la industria cultural británica. Dicho mapa fue publicado por el Ministerio de Cultura británico y es un documento de referencia obligada.
Blair y sus asesores tuvieron la habilidad de transformar el concepto de industria cultural en otro más moderno y cargado de sentido económico como es el de industria creativa. El texto que sale a la luz en 1998 lleva por título Creative Industries Mapping Document. En dichas páginas se articula la capacidad creativa británica en trece sectores: publicidad, antigüedades, arquitectura, artesanía, diseño, moda, cine, música grabada, espectáculos en vivo, edición y prensa, software profesional y de entretenimiento, radio y televisión.
En el documento se afirma, como se recoge en estas páginas, que "las industrias creativas tienen su origen en la creatividad, las habilidades… que pueden potenciar la riqueza y la creación de empleo por medio de la generación y la explotación de la propiedad intelectual". Así, las industrias creativas quedan definidas como actividades basadas en una creatividad individual capaz de generar una propiedad intelectual convertible en riqueza y en instrumento de la creación de empleo y de la exportación al exterior. Desde el Ministerio de Cultura británico se rompía con la vieja idea de las industrias culturales cargadas de función simbólica. De lo que se trata ahora es de entender lo explotable de una cultura que así se ve desplazada por la creatividad. El discurso de las industrias creativas queda insertado en el de la economía del conocimiento. La sociedad digital de la información es imparable.