Benedicto XVI. Foto: AP Photo / Gregorio Borgia

Encuentro. Madrid, 2011. 400 páginas, 24 euros

Desde sus primeras publicaciones, Joseph Ratzinger ha mostrado una capacidad poco común: la de tratar los temas más profundos con suma claridad y de manera que el resultado sea un texto "redondo", coherente y completo. Convertido en obispo de Roma, esa característica se ha mantenido en los documentos que ha redactado personalmente. No es el caso -a mi parecer- de la encíclica Caritas in veritate, un verdadero libro en el que, sin embargo, quizás intervinieran demasiadas manos y haya lagunas conceptuales de cierta envergadura (las señalé en un largo ensayo, Caritas in veritate: Ensayo de reordenación, que puede leerse en Internet). En lo demás que ha publicado como obispo de Roma, esa combinación de erudición, profundidad y síntesis se han convertido en marca de la casa. Con una limitación fundamental, y es que, como papa, tiende a evitar en lo posible lo que son opiniones suyas, por fundadas que estén. No es que hable ex cathedra; lo que ocurre es que sabe que se le escucha y se le lee como papa.



Tiene que ver con eso, sin duda, el hecho de que firme este libro como había firmado el primer volumen: como Ratzinger-Benedicto XVI. Es quizás advertencia de que, ciertamente, no es cosa de ocultar que es quien es, pero que escribe como lo hubiese escrito si continuase siendo un teólogo y nada más. Se trata de su visión, no poco personal, de Jesucristo: de la persona y de sus gestos. Es un libro de historia -una biografía- que ve teología, no obstante, en los detalles más insignificantes, en apariencia, de la vida que rememora y examina. Buen conocedor del sinnúmero de estudiosos que han dicho cosas relevantes sobre Jesucristo y su vida, Ratzinger-Benedicto XVI acude a ellos sin rebozo; quiero decir sin que sean obstáculo las convicciones religiosas de esos otros autores. Hay judíos y protestantes, además de católicos. Y llama la atención, entre otros -por su influencia-, Rudolf Bultmann, padre que fue de la llamada "exégesis protestante liberal". Ratzinger-Benedicto XVI rescata de ellos las conclusiones más profundas y las asume como propias con el afán palmario de matizarlas o de desarrollarlas; rara vez, corregirlas o, simplemente, disentir. Dice explícitamente que la historia pocas veces ofrece "pruebas", pero que hay que buscar lo razonable porque a nadie se le puede pedir que acepte explicaciones que no sean, al menos, coherentes, incluso verosímiles. No espere nadie, por lo tanto, un libro dogmático, ni siquiera un recordatorio de dogmas. Es más bien (y nada menos que) una franca exposición de la manera de pensar del autor en relación con el Hijo de Dios, de quien -eso sí- considera que lo es realmente.



No es posible siquiera resumir el conjunto de escenas de la vida de Jesucristo que se examinan en el libro. Reanuda el análisis donde acabó el primer volumen -en la entrada a Jerusalén- y lo cierra con la ascensión y el recuerdo de que "de nuevo vendrá con gloria". La selección de escenas no deja mucho margen para otras preferencias. Este lector sólo ha echado de menos una valoración de lo que pudo suceder entre el atardecer del viernes en que murió el cristo Jesús y la resurrección de la primera hora del domingo, lapso de tiempo que acaso es el momento más grave de la mismísima existencia de Dios.



No tengo duda alguna de que el libro será un regalo para cualquier lector cristiano, incluidos los protestantes. Sí me pregunto, en cambio, por el efecto que puede suscitar en un agnóstico. Y confieso que no lo sé. Me atrevería a decir que es obra para gente de buena voluntad cuya primera manifestación sea leerlo como algo escrito con buena voluntad precisamente. Y con muy buena pluma.