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Traducción de R. Vázquez. Lumen. 934 pp., 25,90 euros



Este es un libro paradójico. El texto de Joumana Haddad, subtitulado Confesiones de una mujer árabe furiosa, podría llevarnos a pensar que nos encontramos ante el testimonio indignado de una opresión. Sin embargo, parte de la furia de la periodista y poeta libanesa se debe a que Occidente desconoce la existencia de "mujeres árabes liberadas". Joumana Haddad, responsable de las páginas culturales del diario libanés An Nahar y fundadora de la polémica revista Jasad (Cuerpo), explica cómo este libro surgió para responder al desconcierto de una periodista extranjera frente a una mujer capaz de dirigir una revista con imágenes eróticas y de mantener posturas no victimistas en un país árabe. "No me considero tan excepcional. Hay muchas 'mujeres árabes liberadas' como yo", afirma Haddad.



Así, esta declaración autobiográfica rechaza la visión occidental estereotipada sobre las mujeres árabes, y, aunque la autora no lo manifieste abiertamente, se trata de desbrozar la confusión entre mujeres del mundo árabe que aspiran a la libertad y las que aceptan el sometimiento. Y para ello se dirige en forma epistolar a un anónimo "Querido occidental". Una de las aclaraciones de este capítulo marca con bastante claridad las diferencias: "Aunque soy lo que se dice una ‘mujer árabe', yo, y muchas mujeres igual que yo, no llevamos velo, no estamos domeñadas, no somos analfabetas, no estamos oprimidas y no somos sumisas'.



El manifiesto, en cierto modo individualista de Haddad, de familia burguesa católica libanesa y educación francesa y árabe, es una exigencia de libertad de pensamiento y de palabra, una reivindicación del cuerpo libre en las que ella llama sociedades árabes hipócritas y esquizofrénicas que reescriben la historia para "complacer a las vestales de la castidad árabe, para que tengan la certeza de que el delicado himen árabe está a salvo de todo pecado, vergüenza o deshonor". Es una diatriba contra los extremismos religiosos, los mandatos arcaicos y el instinto gregario de quienes aceptan el secuestro de las libertades civiles e individuales por parte de los "oscurantistas retrógrados", que "han malversado nuestra cultura, la han profanado y asesinado; y lo mismo han hecho con nuestro futuro [...] y el legado árabe iluminista". Y recuerda también, al referirse a sus lecturas adolescentes del erotismo occidental (Sade, Nabokov), cómo la cultura árabe creó en siglos pasados obras eróticas de gran sensualidad.



Haddad se pregunta en el prefacio si este texto no será demasiado personal, demasiado disperso o demasiado egocéntrico. Y en realidad es las tres cosas, y también narcisista. Pero justo en el atrevimiento de este discurso personalista de una autora que se desnuda a sí misma con el descaro de quién no quiere reforzar los prejuicios de nadie, estriba lo mejor del libro.



La duda esencial que nos plantea, mientras vemos la revolución en marcha en los países árabes, es si al retratarse en sus lícitas indignaciones y también en sus libertades de libanesa culta, está retratando el futuro de otras mujeres árabes liberadas, o si estamos ante un testimonio individual conectado con un sueño de liberación colectivo que podría ser acallado por el oscurantismo machista de siglos si los cambios en las sociedades árabes no contemplan una profunda revolución en femenino.