Javier Rupérez. Foto: Kote Rodrigo.

La Esfera. 333 pp., 22'90 e.



Las relaciones España-Estados Unidos dieron un vuelco con la llegada de Rodríguez Zapatero a La Moncloa y su orden de retirada súbita de las tropas españolas de Irak. El entonces embajador en Washington, Javier Rupérez, sintió que el suelo se abría bajo sus pies: "En el tiempo de una broma, pasamos de haber tenido el mejor de los entendimientos nunca establecido entre los dos países a un estadio de lejanía que bordeaba la abierta enemistad", escribe en las páginas finales de su libro. Y "España volvió al ensimismamiento de nuestros peores tiempos históricos, intentando sustituir con la retórica el vacío de la realidad".



Embajador durante el segundo gobierno de Aznar (2000 - 2004), Rupérez vivió una de las etapas más dramáticas de la reciente historia del mundo, de USA y de España, determinada por el atentado contra las torres gemelas de 2001, la guerra de Irak, el atentado del 11 de marzo de 2004 en Madrid y el cambio electoral tras las agitaciones callejeras que no respetaron siquiera el día de reflexión. Tales sucesos forman el núcleo de este libro de memorias, escrito con elegancia y con dolor, abundante en detalles reveladores, informativamente significativos.



Lo más interesante para el lector español es, sin duda, el relato de la gestación de la guerra de Irak y la aportación del presidente Aznar, que Rupérez conoció como testigo de reuniones y gestiones. El embajador confiesa que nunca creyó que Estados Unidos iniciaría la guerra sin una resolución de la ONU y descubre la insistencia de Aznar cerca del presidente Bush para obtenerla: "Aznar lleva la conversación hacia Naciones Unidas […] y sentencia: 'el paraguas de la ONU es muy importante'" (p. 222); a Bush padre, que le pide que convenza a su hijo, le confirma su "apuesta por una resolución del Consejo de Seguridad" (p. 231); pero resulta evidente que no pudo frenar a Bush, nervioso por resolver de una vez el problema, máxime cuando nadie con responsabilidades políticas o diplomáticas negaba que Irak poseyera armas de destrucción masiva. "El CNI me lo reiteraba todos los días", escribe Rupérez (p. 224). Aunque España no tuvo presencia militar en la invasión, por decisión expresa de Aznar (p. 253), la izquierda dio por consumada una implicación bélica. Rupérez es severo y diáfano con la agitación dirigida por el PSOE, al que no ahorra adjetivos, y es implacable con Alfredo Pérez Rubalcaba por su actuación en la víspera electoral tras el 11-M.



Rupérez es víctima del terrorismo. En 1979 fue secuestrado por un grupo etarra dirigido por Arnaldo Otegi, a quien cita hasta cuatro veces por tal hazaña. Pero su sensibilidad ante la arbitrariedad no es producto del atentado sino sobre todo de su talante político. Rupérez se descubre ante la grandeza de ánimo de los contendientes electorales estadounidenses al tiempo que se indigna ante conductas inconvenientes, sean del "eximio lingüista y extravagante ciudadano" Noam Chomsky o de José Bono con su "falta de respeto a la palabra dada" a Donald Rumsfeld. Su libro llega oportunamente, cuando otra guerra, la de Libia, comandada por el pacifista Zapatero sí implica a soldados españoles. Engrosa una necesaria literatura esclarecedora, en la que figuran las Confesiones de Inocencio Arias de 2006, sobre un tiempo en muchos puntos tergiversado cuando no sometido a un vigilado silencio.