Alejandro Amenábar y Pedro Almodóvar
Del conjunto de los autores y de los materiales reunidos, se desprende un cierto aroma a manifiesto en pro de un determinado espectro de tipo de cine. El análisis de lo que está sucediendo se confunde o puede confundirse con una apuesta unívoca, con un apoyo exclusivo -en posición de indiferencia o en detrimento de otras formas y paradigmas- a una corriente, todo lo plural y variada que se quiera, como de hecho se constata en el puzle del libro. Dicho en plata: se percibe, además de la luminosidad de la radiografía, una dosis no pequeña de militancia en pro de los diversos fenómenos de "mutación".
Era necesario un libro así para crear polémica intelectual y abrir vías de discusión. Pero la propia Historia del Cine, doblemente cuando es tan corta, indica que no es conveniente ni prudente tener la sensación ni actuar como si las novedades experimentadas en un determinado momento tuvieran carácter finalista -fueran, dicho de otra manera, "el fin de la Historia"- o, sin llegar a tanto, estuvieran destinadas a producir cambios irreversibles.
Las vanguardias soviética, alemana y francesa en el primer tercio del siglo pasado, el Neorrealismo italiano en los años 40 o la conexión entre las "nuevas olas" europeas y los llamados cines nacionales -del cubano al brasileño, por sólo citar dos- ya supusieron fuertes arremetidas al paradigma de producción y estilo narrativo de la industria de Hollywood y de la industria hegemónica europea -británica, francesa, italiana- en general. Pero, contabilizadas y contabilizables sus influencias reformadoras y sus contagios -autoría, subjetividad, otra gramática, otras fuentes culturales, etc.-, el cine continuó en sus marcas digamos que tradicionales, se produjeron absorciones e integraciones e, incluso, fuertes fenómenos de retroceso y reacción. ¿Va a suceder hoy algo distinto? Está por ver. Aquellas corrientes diversas (y otras no mencionadas) y aquellos ingredientes están en buena medida en la base de estas actuales "mutaciones". Sirvieron, desde luego, para establecer un hilo y un rastro que hoy se siguen y se refuerzan.
Pero, ya es hora de decirlo -y Pere Portabella lo resume magníficamente en su esclarecedor y pormenorizado prólogo-, las presentes "mutaciones" del cine se erigen sobre componentes inéditos: la globalización, la simultaneidad y la instantaneidad del conocimiento de todo -por un lado-, básicamente por la aparición de Internet, y -por otro lado- los avances tecnológicos que han hecho evolucionar de forma increíble el modo de filmar, el modo de distribuir y el modo de exhibir, con sus correspondientes consecuencias e interacciones sobre el modo de producir, narrar y ver -en connivencia con nuevas costumbres y cambios sociológicos- el cine: más Internet. Es este último apartado el que da pie al discurso básico del libro coordinado por el americano Jonathan Rosenbaum y el australiano Adrian Martin, estimulante a más no poder por sus ideas y variada textura. Su apuesta es plausible, pero juzgaría prematura la sensación de posible e inminente victoria de un cine sobre otro, del nuevo (que no es tan nuevo a la luz) sobre el viejo (que evoluciona en la sombra).
Pequeña provocación: ¿acaso no son Abbas Kiarostami y su Copia certificada -tan queridos por los autores del libro- un elocuente ejemplo de la indesmayable capacidad que hoy sigue teniendo "la industria" para diluir o integrar a quien trabaja fuera de sus muros? ¿O para, directamente, hacer una incursión afuera y apropiarse de lo que se hace off? Están sucediendo cosas nuevas e interesantes, pero el futuro -desde el alboroto o el alborozo del presente- siempre es una partida por jugar entre muy diversos jugadores bajo imprevisibles factores (obvio).