Tony Judt. Foto: Miguel Rajmil

Traducción de J. R. Azaola. Taurus. 240 pp., 19 euros



Tony Judt falleció en agosto de 2010. Padecía un trastorno neuromotor, una variante de esclerosis lateral amiotrófica (ELA): la enfermedad de Lou Gehrig. Primero se pierde el uso de los dedos, luego la voz y al final respirar se convierte en algo imposible porque los músculos del diafragma son incapaces de bombear el aire de los pulmones. Tres meses antes de morir, Judt era un tetrapléjico condenado a la inmovilidad pero con la suficiente capacidad intelectual para acabar los veinticinco capítulos que componen este volumen.



En 2005, Judt publicó Postguerra y quedó consagrada su carrera de historiador. A sus 57 años se convirtió en un intelectual respetado en todo el mundo y traducido a diecinueve idiomas. El éxito de Postguerra era merecido. En 900 páginas presentaba la historia de Europa, concebida como un todo, desde 1945 hasta la actualidad. Su conocimiento de las lenguas centroeuropeas, sus frecuentes viajes por el viejo imperio austrohúngaro, sus contactos personales y su pasado judío le dieron una visión de conjunto que a día de hoy resulta insuperable. Por si todo esto fuera poco, con Postguerra Tony Judt quedó finalista del Premio Pulitzer, modalidad de no ficción, en 2006.



El refugio de la memoria (The Memory Chalet) es un texto muy diferente de la anterior obra de Judt. Inicialmente fueron ensayos pensados para ser leídos por su tercera esposa y sus hijos adolescentes. Judt quería transmitirles un pasado que desconocían. Deseaba dejarles la narración de su nacimiento en el Londres de postguerra. Años de escasez y de trabajo duro en un colegio público en el que, entre otras cosas, le enseñaron alemán y le inculcaron su amor por el rugby. Hábil e inteligente, Judt fue capaz de ganar una beca para estudiar, en los agitados años sesenta, en el elitista King''s College de Cambridge. Como narra en estas páginas, se licenció en 1969 en Historia. Inmediatamente después, consiguió que le aceptaran en la más que exclusiva École Normale Supérieure de París. Mientras tanto, marxista y comunista confeso se había trasladado a Israel para trabajar en un kibutz de la Alta Galilea.



Tras doctorarse en la universidad de Cambridge, Tony Judt fue admitido como investigador en el King's College al tiempo que enseñaba Historia moderna francesa. La Universidad de California en su campus de Davis le ofreció dar clases de Historia social y ahí comenzó su idilio con Estados Unidos. Ya en el tramo final de El refugio de la memoria, unas bellísimas páginas dedicadas marcar los elementos de su identidad, Tony Judt se define como un inglés judío que también es norteamericano.



De vuelta en el Reino Unido, Judt enseña Política social en la Universidad de Oxford, en el St. Anne's College. En 1987, con un segundo matrimonio hecho trizas y estancado profesionalmente, recibe una invitación de la Universidad de Nueva York, y ese se convierte en su destino final. Tony Judt deja de estar y de sentirse en los márgenes, descubre un último amor y tiene unos hijos a los que en buena medida están dedicadas estas páginas.



En 2008 se le diagnóstica su enfermedad (ELA) y, ya incapaz de escribir e inmovilizado en la cama, recuerda el texto de Jonathan D. Spence, The Memory Palace of Matteo Ricci, el jesuita del siglo XVI que recorre China y que para no olvidar sus vivencias imagina un palacio en el que cada estancia tiene un significado. Judt recurre a un chalet suizo que le albergó a él y a sus padres en unas vacaciones de adolescente. En sus noches de insomnio y sufrimiento va situando en cada habitación la memoria de su vida.



Estamos ante una autobiografía que conmueve, ilustra e incluso divierte al lector desde la primera página. No se trata únicamente de tener enfrente la tragedia de Judt y su esfuerzo por dejar un legado sino de seguir, a través de la vida de uno de los grandes intérpretes de la historia europea posterior a la II Guerra Mundial, el devenir de las últimas décadas del achacoso viejo continente.