Carlos V, adolescente
El libro sobre los cronistas y la corona, basado en buena medida en la reelaboración de estudios anteriores, es un análisis que incide esencialmente en el carácter de hombres del rey que tenían los autores de tales crónicas. Desde esta perspectiva y centrado sobre todo en la Corona de Castilla, realiza un recorrido desde los tiempos medievales hasta los comienzos del siglo XVIII en que la Real Academia de la Historia, creada en 1735, sustituyó a los cronistas anteriores, recibiendo las competencias que hasta entonces se habían ido encargando a individuos aislados. El estudio incide en la historia de las Indias y en los reinados de Carlos V y Felipe II y los numerosos -y en muchos casos excepcionales- cronistas que escribieron a su servicio; entre otros, gentes como Gonzalo Fernández de Oviedo, fray Antonio de Guevara, Juan Ginés de Sepúlveda, Jerónimo de Zurita, Juan de Mariana, Esteban de Garibay o Antonio de Herrera y Tordesillas, que es el autor a quien estudia de forma más detenida. Un capítulo importante es también el que dedica al reinado de Felipe IV y a las "plumas de alquiler" vinculadas al conde-duque de Olivares (especialmente Juan Antonio de Vera y Figueroa, Gonzalo Céspedes y Meneses y Virgilio Malvezzi).
Kagan define la historia oficial como historia con el visto bueno o autorizada, apoyada por el poder e incluso financiada por él. No solo por los monarcas, pues también ciudades, órdenes, religiosas, familias y otras entidades o personas propiciaron, en beneficio propio, tal producción historiográfica, con la finalidad esencial de colaborar a la exaltación y el logro de los objetivos de sus patrocinadores. Al igual que el arte, la literatura cortesana y otros elementos, la historia oficial resulta imprescindible para construir la imagen del rey y fijarla para la posteridad. Pero también para la del reino. En este sentido, el autor distingue entre las historias "pro persona" y las historias "pro patria", éstas últimas más orientadas al beneficio de la nación. Frente al menosprecio de algunos especialistas hacia tales crónicas, defiende la amplia formación y relevancia intelectual de muchos de sus autores, así como la calidad de buen número de sus obras. Al igual que los jefes de prensa de las modernas democracias o los abogados que elaboran informes para defender a sus clientes -con quienes los compara- "seleccionaban intencionadamente la evidencia a su favor más a menudo que otros, y algunos lo hacían con una consumada habilidad". Tales historiadores oficiales no creían que el respeto a la verdad fuera incompatible con el servicio a su rey y a su país y muchas de sus obras no fueron en absoluto inferiores a otras que carecían del respaldo real.
En cualquier caso, constituyen una parte importantísima de la historia de la historiografía española, que ahora conocemos mucho mejor gracias al penetrante estudio que se nos ofrece en estas páginas. El libro es además de fácil lectura, fruto no solo de la habilidad narrativa del autor, sino también de la buena traducción realizada.