Kant, el filósofo ilustrado que soño la unidad europea.

Pre-Textos. Valencia, 2011. 383 páginas. 18 euros



Como es bien sabido, Europa fue durante siglos el programa central de los reformistas españoles. Percibida España como un problema, Europa, que no nació precisamente en 1814, a pesar de lo defendido por Beethoven en su célebre cantata, era, como tan lapidariamente dejó escrito Ortega, la solución. Incluso durante la dictadura franquista no pocos "europeístas" defendieron, desde los márgenes del sistema, la voluntad española de colaborar en la construcción política europea como vía idónea para la consecución de una Unión capaz de tener una política propia, haciendo así menos peligroso el mundo bipolar.



Miembros por fin de pleno derecho de esa Europa soñada, los españoles tienen hoy, en cambio, que enfrentarse, como los restantes europeos, a otros problemas. Al de la previsible debilitación, por ejemplo, del papel hegemónico que correspondió a Europa en todos los ámbitos desde los últimos quinientos años. ¿Quién osaría hoy decir, en efecto, que "Europa es el mundo"? O al de la todavía escasa movilidad de los ciudadanos dentro de una Unión fuertemente integrada ya en lo monetario. O al de la persistencia de sentimientos, incluso excluyentes, de identidad nacional propios de tiempos pasados, con la consiguiente desafección de muchos ciudadanos frente a esa Europa que todavía está por construir en alguno de sus registros fundamentales. ¿Una Europa de los pueblos y/o naciones o una Europa de los ciudadanos? El tiempo lo dirá.



Mientras tanto, convendría seguir pensando Europa. Convendría pensar, o siquiera imaginar, qué es, qué podría o qué debería ser esa "unión" que se muestra todavía "atravesada por tal variedad de intereses, tradiciones y fines que hacen del nombre del viejo continente un concepto multipolar, contradictorio y desgarrado". A la roturación, postulada ya en su momento por Nietzsche, del concepto de Europa como concepto filosófico está dedicado este interesante volumen colectivo, compilado por Elena Nájera -traductora de Nietzsche al español- y F. M. Pérez Herranz. La cuestión de la identidad europea -los caminos de una Europa entre cuyas fuentes estaría la propia filosofía- ocupan un lugar preeminente en él, como parece obligado. Pero también los momentos esenciales del proceso histórico de construcción de esa compleja identidad y el horizonte ¿cosmo- polita? que se abre hoy a unos europeos cuya integración tentativa data aún de tiempos recientes. En ella jugaron, en cualquier caso, un papel decisivo el derecho, el consenso y la cooperación por la vía de la creación de estructuras jurídico-políticas transnacionales.



Fiel a su objetivo global, las "controvertidas y beligerantes fibras -cristianismo, utopía(s), humanismo, Ilustración, feminismo, globalización...-, que a lo largo de los siglos se concitaron para tejer tan complejo y decisivo lienzo son equilibradamente revisadas a lo largo del volumen. En definitiva, lo que está en juego en sus páginas es la "conciencia europea". Y puesto que lo que con ello se menta en primer lugar son mitos y filosofías, símbolos y representaciones, imágenes y conceptos, prácticas sociales y modos de producción, eso es lo que es estudiado en buena parte del libro: Europa como destino y tarea. En cuanto al segundo aspecto de la cuestión, el "fundamento", que nadie espere unanimidad. Pero convendría tener bien presentes las documentadas reflexiones de Julián Marrades y Luciano Malusa sobre dos importantes candidatos a ese fulcro: el cristianismo y el laicismo. O lo que es igual, las "raíces cristianas" de Europa, que justificarían la presunta vigencia normativa de los criterios y valores cristianos en nuestro actual ordenamiento jurídico y político, y el papel jugado por la Ilustración "post-cristiana" y su legado -los "nuevos dioses" de nuestro tiempo: la ciudadanía, las instituciones democráticas, los principios, los valores ilustrados y los derechos humanos- en la construcción de una Modernidad que aspiró desde un principio, como bien hizo ver Weber en su momento, a la universalidad.



Con argumentos dignos de reflexión, Malusa avanza, en efecto, la hipótesis de que el pensamiento cristiano ha oficiado, desde la patrística cuanto menos, de elemento unificante del espíritu europeo. En cualquier caso, encontrar un punto de equilibrio entre el espíritu de las Luces y la visión cristiana de la dignidad humana ayudaría más a construir una "casa común" aceptable para todos los europeos que otras opciones más inquietantes. Sobre todo si se contempla Europa desde la perspectiva del paria, como en su día hizo la judía Hannah Arendt, a la que se dedica uno de los capítulos más conmovedores de esta obra poliédrica.