Julián Marías

Edición de D. Marías y F. J. Jiménez. Páginas de Espuma, 205 pp. 21 e.



En el verano de 1933, cuando Julián Marías se embarca en este crucero a la costa mediterránea oriental tiene apenas 19 años y no es más, ni menos, que un brillante (y un tanto redicho, pero forma parte de su encanto) estudiante de Filosofía. El crucero fue uno de los hitos de las reformas educativas de la República, organizado por García Morente y la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid. A los cruceristas se les pedía un diario y se prometía para el mejor una retribución económica y la publicación. El premio fue para el joven Marías y consistía en unas nada desdeñables 500 pesetas. El jurado que premió el diario lo describió como un texto "de gran valor literario, si bien eminentemente subjetivo", cosa que ya había consignado el propio Marías en la primera página de su relato explicando que entendía el diario, más que como una narración de las cosas, como una narración de lo que "le pasa a uno al ponerse frente a las cosas". Y cabe decir que esa cualidad del estar interesado sólo en lo que a uno le pasa es virtud de los viajeros adolescentes y de los viajeros ancianos, de los que entienden al fin que cualquier viaje es en realidad hacia uno mismo. La adolescencia de Marías se revela en que el mayor interés del crucero reside no tanto en las calles de Città-Vechia, o en las pirámides, como en el interior de Marías, pero ésa es también su sabiduría.



El tono del diario es engañosamente seco, salpimentado con hallazgos poéticos. Tiene esa mezcla de narración, descripción y lirismo de ciertos textos de Zambrano y si hubiera que determinar sus temas centrales serían seguramente el de ¿Qué es Occidente? y el de la reflexión sobre el tiempo. Resulta cuando menos sorprendente que un joven de 19 años, enamorado además y en el esplendor de su energía, pueda descolgarse con una reflexión como ésta: "Parece que las cosas no quieren morirse. [...] Hay un afán atroz de traer el ayer al momento presente o de brincar del ahora imposible a un mañana lejano que no se conoce, ni se ve, ni se cuenta con él, sino que se necesita". Describe una experiencia de la que un joven estudiante de Filosofía no podía tener noticia de ninguna forma, pero que ya vislumbraba, y confirma una vez más que los escritores, y por inclusión, los intelectuales, se conforman en el pensamiento intuitivo.



Este interesante rescate de Marías se cierra con una correspondencia de viaje más bien sosa (como el 90% de las correspondencias) y, a modo de epílogo, un bonito texto de Javier Marías sobre una cena de los cruceristas, varias décadas más tarde, en su vejez, que es un gentil retrato generacional.