Juan Bernier. Foto: Ateneo de Córdoba
Deudora inicialmente del Diario y el magisterio de Gide, si el libro de Bernier hubiera salido en Francia daría lugar a polémica y debates. Aquí no ocurrirá nada porque el autor murió hace ya baños, y su tema central es mejor dejarlo bajo la almohada. Con alusiones a libros y a amigos, el Diario de Bernier nos describe la sórdida y apasionada vida de un pederasta en la España oscura de la posguerra. Sólo una vez lo detienen, en Sevilla, porque un menor se lo cuenta a su padre, pero logra salir con bien… Es una persona culta y honesta, que tiene el sentir sexual que tiene, pero que no pretende hacer daño a nadie. ¿Es posible? Lean y vean con cuanta lucidez se analiza, se penaliza y se perdona o se acepta desde una suerte de psicoterapia propia. Desea la carne masculina joven, los primeros balbuceos sexuales del jovencito que sabe lo que quiere, y ello le lleva a muchos extraños momentos felices -con cómplices que lo desean- pero también a la contínua sordidez de los vagabundeos clandestinos al filo de la noche. "Tan jovencillos, tan solos -los maleteros de la estación- son tentaciones múltiples a los extraviados silenciosos". Sólo las almas grandes y generosas pueden leer un texto como este, tan vivaz, tan hondo y tan fácilmente condenable, si eso es lo que se busca. Pero Bernier ni pretendió aplauso ni condena, sólo comprensión, y la merece porque no se entrega a su pasión sin honestidad y sin análisis. Una obra de gran calibre, muy poco española.
Quienes conocimos a Bernier recordamos bien a un hombre campechano y sencillo, buen bebedor, nada engreído, y que en nada condecía con ningún arquetipo homosexual. Quizás él fue otra cosa: amante de la extrema juventud, en las primeras ardientes lujurias veía la verdad de la vida, un vivir -paradójicamente- incontaminado y limpio. Se hablaba mucho del Diario de Bernier y los poetas de "Cántico" lo alababan con temor luciferino. Ya no es una habladuría. Está aquí. Y es un gran texto, el reflejo prístino de una sexualidad -y sensualidad- malditas en un país pobre donde todo ello -nueva paradoja- sería más fácil entonces, pese a la sombra, que ahora mismo que predicamos una apertura, a menudo más hablada que realidad.