Universidad de Navarra/Vervuert/Iberoamericana. Madrid, 2011. 378 páginas, 44 euros

Obligados a convivir, las relaciones entre Francia y España han sido tan largas y complejas como su propia historia, que a su vez es la de pueblos que se han ido haciendo en la vieja Europa y que en muchos momentos alcanzaron el grado de la pasión: la historia nos ha dejado etapas densas y largas en acontecimientos; la guerra de los Treinta años (1618-1648) y las invasiones napoleónicas son las dos más comprometidas. La primera se larva durante el reinado de Felipe III y cristaliza en mayo de 1635, con la declaración de guerra de Francia, de la que serán jalones importantes la toma de Fuenterrabía por los franceses, es decir, la primera vez que la guerra "entra en casa", y la rebelión de Cataluña, con la secuela de la segregación de Portugal.... y poco a poco, inexorablemente, el desmoronamiento de lo que se venía llamando -ahora se busca otra etiqueta- "la Monarquía Hispana". Pausa, rendición y nuevo mapa histórico significa la Paz de Westfalia (1648).



José María Jover Zamora (Cartagena, 1920-Madrid, 2006) historió los comienzos de este periodo en 1635 en un libro clásico, que luego ha recibido ajustes de todo tipo, ahora recogidos y sabiamente analizados por María Soledad Arredondo, que ha reconstruido el sustrato propagan- dístico -"la guerra de papel"- de aquellos sucesos que enfrentaron a las dos monarquías, gobernadas por Olivares y Richelieu. El libro no perdona rincón, libelo, circunstancia: el lector termina exhausto al releer la propaganda, minuciosamente analizada. Desde la parte hispana, Olivares movió a toda la nobleza, la diplomacia y la -digamos- intelectualidad española, de manera que asoman como propagandistas Pellicer, Calderón, Manuel de Melo, Rioja, Malvezzi, Palafox, Quevedo, Saavedra Fajardo.... el prestigio de la pluma para la defensa de la monarquía.



Es imposible dar cuenta de sucesos, personajes e implicaciones, que empiezan por afectar a los propios monarcas: la reina española era francesa, Isabel de Borbon (+1644); la reina francesa era una infanta española. Luego, la nobleza, que a la altura de 1635-1640 ya ha entrado en enfrentamiento con el valido; pero que aún así -es el caso del Almirante, el libertador de Fuenterrabía- ha de combatir y prestar su apoyo; finalmente, todos esos personajes que asoman durante aquellos años, aparentemente para prestar su pluma a Olivares. Sin embargo, al menos un noble (el duque de Medinaceli) y un par de escritores (Francisco de Quevedo y Adam de la Parra) serán detenidos, y un escritor y diplomático (Melo) terminará asistiendo a los rebeldes portugueses.



Hemos empleado el término "rebelde": mal hecho, los "papeles" muestran la perplejidad de los tiempos: alteración, sublevación, revuelta, rebelión, sedición.... No era fácil -ni lo es hoy- calificar hechos que son el resultado de profundas irradiaciones ideológicas. Verán los catalanes en todos aquellos sucesos (pérdida de Perpignan, batalla de Lérida, excomuniones del obispo de Gerona, asesinato del virrey Santa Coloma....) la ocasión perdida de variar su historia, unos; la razón de haberse formado como tal, los otros; y lo mismo los portugueses, los vascos, los andaluces....



Y leerán ahora, con estupor quizá, las ironías de Palafox, los vituperios de Quevedo, la farragosa erudición de Pellicer, etc. Todo se entiende mejor si intentamos corregir la literalidad de los textos y aceptamos, al menos, algunas de las premisas: la mayoría de los textos tienen carácter propagandística, pertenecen al vidrioso campo de la política y, hoy como ayer, mienten, engañan y suplantan. Cuando se trate de escritores reputados por el resto de su obra -Pedro Calderón de la Barca, Diego de Saavedra Fajardo, Quevedo...- lo que escriben y difunden entonces no representa necesariamente su propio ideario. Esta premisa se encadena con otra: es notable cómo había prendido en aquellos círculos lo que hoy llamaríamos "conciencia nacional", aunque habría que analizar más despacio cada caso para saber si el resorte era el miedo, el chantaje, la vanidad, etc.



La otra premisa resulta algo más rancia: la continua implicación de la esfera religiosa, tanto más curiosa cuanto la cabeza del enemigo era un Cardenal -Richelieu- y uno de sus lugartenientes el obispo de Burdeos, a los que había que calumniar públicamente como defensores de herejes, sacrílegos, calvinistas, etc.



El resultado de aquellos diez años de historia fue la Europa de los últimos quinientos años. Si poseyéramos la misma conciencia nacional a la que antes aludía, habría que concluir que el libro, al narrar la decadencia de la Monarquía Hispana, deprime al lector; pero la autora -como excelente historiadora- no deja esas conclusiones. Las conclusiones sobre la historia de todos esos pueblos, condenados a entenderse en los rincones de una Europa milenaria y diversa -en estos momentos, cuando invito a la lectura del libro- quizá no sean negativas.