María Zambrano
Aunque había conocido a María -fugazmente- antes de la guerra, entra en contacto con ella y con su hermana Araceli cuando aún viven en Roma, a través de un texto literario y a partir de ahí surgió una correspondencia fértil y rica en ambas direcciones y una sólida y leal amistad, aunque nunca llegaran a verse. Cobos era un sincero admirador de Blas Zambrano, tan devoto, que conmueve a las hijas y lo demuestra no sólo evocándolo sino ayudándolas a ellas. Por ejemplo a obtener (tras mil papeleos) la pensión que les correspondía por ser hijas -escasas de recursos- de maestros nacionales. Eso se consigue a finales de 1969. Para María Zambrano (siempre con apuros económicos) será una ayuda importantísima, que no cesa de agradecer, como que Cobos conserve el busto que Emiliano Barral hizo de Blas Zambrano.
Pero más allá de los asuntos personales importantes (como la enfermedad y muerte de Araceli) las cartas están llenas de intercambio de libros y de ideas sobre la cultura española y el exilio. Es muy bonito ver cómo Cobos aprecia y valora el "pensamiento poético" de Zambrano, pero como difieren en la consideración de Ortega y Gasset y de Xavier Zubiri y afirman el mutuo amor a Antonio Machado. Cobos no amaba a Ortega ni le gustaba su papel en la posguerra; Zambrano (que tuvo muchas diferencias con Don José) siempre se declara, pese a la distancia, "discípula de Ortega".
Dice Zambrano: "Don José se echó a pechos el cáliz de ser español por todos, para todos". Zubiri -con respeto- no parece convencerles a ninguno. Si al volcer a España en 1981, María dijo que "nunca había salido", estas cartas muestran su sentimiento de exilio y la dureza que comporta y su decisión de no volver cuando a fines de los 60 llegaron -de paso o a quedarse- exilados tan notables como Ramón J. Sender, Max Aub o Francisco Ayala. María Zambarono escribe: "No, no podría ir a España, no sé lo que me pasaría". Cobos ha definido el estado anímico de los que perdieron: "Es muy penoso, pero fue para toda la vida la sentencia que sobre nosotros recayó". En otro momento María alude (por un chisme) a lo que menos le gusta de los españoles: "Temo la mentalidad hispánica que todo lo empequeñece o lo acerca a la picaresca". (Frase, por cierto, que hubiese aprobado Luis Cernuda, citado un par de veces).
Si vamos conociendo ya epistolarios fundamentales de María Zambrano (como el habido con el cubano José Lezama Lima) esperando un gran epistolario, que será magnifico, éste con el maestro machadiano es sin duda alguna de primera. Él muere en 1973 y no verá una España distinta, pero hasta 1976 María escribe a su mujer, Enriqueta Castellanos, agradeciéndole con cariño el envío del libro póstumo de Cobos , "Antonio Machado en Segovia. Vida y obra", o para pedirle el busto de Don Blas, que mientras vivió Cobos María dejó que él guardara dada su devoción al hombre.
Excelente recuento de una sólida amistad en la distancia, con respeto y hondura, estamos antes textos de primera. El volumen (a más de la mencionada reproducción documental) se enriquece con una carta de Antonio Machado a María Zambrano, sin fecha, pero posiblemente de 1937. Un gran libro para la historia del exilio dentro y fuera.