romeo y julieta en el salón, de frank dicksee (1884)

W. W. Norton, 2011. 401 pp., 29 dólares; ebook: 18 dólares

La novedad sobre el amor - si es que puede decirse que algo es nuevo cuando se trata del amor- es que nos afecta en más sentidos de los que imaginábamos. Durante mucho tiempo, los poetas y los artistas consideraron el amor como una fuerza motriz, pero a principios del siglo pasado, los científicos y los filósofos lo rechazaban por considerarlo social y científicamente irrelevante. El amor se limitaba a la vida privada, en la que se suponía que solo las mujeres, los novelistas y los psicoanalistas le prestaban atención. Más tarde, hace poco más de medio siglo, los biólogos, los economistas y los psicólogos decidieron que el amor sí tenía importancia después de todo, y empezaron a realizar experimentos para determinar cuánta.



A posteriori, la primera ciencia del amor parece un tanto terrorífica. Con demasiada frecuencia, los experimentos diseñados para demostrar que los mamíferos se encariñan con sus madres porque necesitan amor, no solo comida, requerían torturas descaradas. Los investigadores arrebataban a las madres sus crías y metían a estas en jaulas para demostrar que la vida sin amor era una cosa triste y limitada. La ciencia de la atracción sexual empleaba métodos más benignos, pero hasta que entraron en el campo más mujeres y empezaron a hacer preguntas diferentes, los experimentos tendían a producir confirmaciones contundentes de los estereotipos patriarcales occidentales. Sin embargo, independientemente de los resultados, este trabajo sí consiguió que los científicos apreciaran la importancia vital que el amor tiene para la vida. Resulta que el amor o la falta de él afecta no solo a las mentes sino también a los cuerpos; no solo a los cerebros y a los genitales, sino también a las hormonas y a la expresión de los genes; no solo al bienestar de los individuos, sino también al progreso de las sociedades.



Hoy en día se dice que la biología está impulsada por el amor. Una rata crecerá gorda y feliz si su madre la lame con frecuencia, nerviosa y subdesarrollada si su madre la lame poco o no la lame en absoluto. También la cultura se ve a veces como un artefacto del amor, o al menos de lo que Darwin denominó selección sexual. Los encuentros deportivos o los concursos musicales, entre otros despliegues costosos y aparentemente inútiles, se han reinterpretado como el equivalente humano de la cola del pavo real, una forma de indicar la excelencia genética.



En All about love, Lisa Appignanesi, que ha escrito mucho sobre la historia del psicoanálisis, da la espalda a la cada vez más profusa literatura científica sobre el amor, en buena medida por repugnancia hacia la forma en que se usan las teorías sociobiológicas para defender un orden social conservador. "A lo mejor creeré más en la psicología evolutiva cuando se use menos como una explicación del flirteo masculino y la anidación femenina", escribe. Lo que quiere saber es cómo experimentan los humanos el amor individualmente, psíquicamente.



Appignanesi, una romántica tardía, celebra también el poder byronico de esta "emoción díscola" para causar destrozos en nuestras vidas. "El arrobamiento en el fondo tiene algo de asocial, de criminal, y puede que el deseo esté efectivamente impulsado por la ruptura de vínculos, ya sean con clanes, familias, o normas divinas y sociales", escribe. El amor es una historia que nos contamos a nosotros mismos, aunque a veces sea peligrosa. Para ella, los "hechos probados" sobre el amor "cosechados en los laboratorios de los biólogos, psicólogos cognitivos y neurocientíficos" son básicamente formas de impulsar las narrativas sociales dominantes. Para poder entender verdaderamente el amor, sostiene, hay que desmitificar esas narrativas, ya sean imaginarias u objetivas o estén en ese punto intermedio en el que habitan los recuerdos.



Se podría decir que la propia Appignanesi pretende representar el papel de psicoanalista, escuchando entre líneas los monólogos semi-autoconscientes de nuestra cultura sobre el anhelo y el deseo. Y es verdad que es una terapeuta consciente, que reúne diligentemente la "historia vital del amor", su arco a través de nuestras vidas. Primero viene el primer amor: nuestras alocadas incursiones adolescentes en la pasión, cuando "el deseo carnal transporta a los amantes a un mundo intensificado y todo en ese mundo adopta nuevos y poderosos significados". A continuación viene el matrimonio, y su corolario, el adulterio, cuando los éxtasis privados del amor y la naturaleza ingobernable del deseo chocan con la expectativa social del romance monógamo imperecedero. Acto seguido pasa a la educación de los hijos, seguramente la forma de amor más cuestionada y política hoy en día. Appignanesi remata su estudio con la amistad, la cual "nos catapulta fuera de la esfera familiar y nos vincula al mundo de los demás", escribe. La amistad es sabia y tranquila y sociable, y por consiguiente se la aprecia más en la vejez.



Para ilustrar las diferentes fases del amor, Appignanesi refiere los argumentos de novelas, poemas y óperas. Analiza la popularidad de hitos culturales como el manual para primeras citas publicado en 1995 y titulado The Rules [Las normas] (su atractivo denota una "profunda ansiedad sobre los códigos modernos apropiados"). Disecciona las narrativas maritales -Orgullo y prejuicio, El diario de Bridget Jones- y sigue la evolución del relato de Cenicienta hasta convertirse en ficción romántica de alta categoría (Jane Eyre) y en literatura para chicas de calidad media (la ingeniosamente exuberante Come, reza, ama). Cita a muchos psicoanalistas, Freud y Lacan y Donald Winnicott y Adam Phillips (un aforista consumado que se cierne sobre las páginas como un ángel inoportuno). "¿Por qué razón el amor apasionado y la pérdida parecen estar tan vinculados entre sí?", pregunta. Todos los amores tardíos, responde, sustituyen a ese amor absorbente por la madre, a la que inevitablemente se deja atrás. Convertirse en un "yo" individual y armado con el lenguaje equivale a traicionar la "plenitud simbiótica" de la infancia. O como dice, haciéndose eco de Lacan: "Decir ‘yo soy' equivale a decir ‘he perdido". Appignanesi nos presenta una breve historia del matrimonio, desde los griegos hasta el presente, pasando por el victorianismo y la revolución sexual. Esboza la historia literaria del amor, a través de Dante y los trovadores de Provenza. En su capítulo sobre el amor en las familias, da la más leve de las aprobaciones a la nueva ciencia de la epigenética, que ha demostrado cómo las experiencias de una madre -la comida que come, la tensión que siente- pueden regular las hormonas de su hijo e incluso afectar a sus genes. Pero Appignanesi cierra rápidamente esta fascinante línea de investigación, advirtiendo de que "el crecimiento exponencial de las teorías sobre la infancia temprana es curiosamente coincidente con el auge del feminismo", como si la ciencia existiera exclusivamente para ejecutar la tarea del control social. Esquiva la cuestión de la homosexualidad, no solo porque el tema es demasiado extenso, sino porque, como explica, pretende romper las categorías del género y de la sexualidad permisible frente a la impermisible en las que se basa la idea misma de la homosexualidad.



La manera de Appignanesi de enfocar el amor es aforística y caprichosa. Le encanta echar por tierra la sabiduría convencional, antes que arriesgarse a aburrirnos con argumentos. No hay una teoría unificadora, solo una topografía apabullante. Deambulamos por un bosque de ficciones e ideas de otra gente, a menudo guiados por poco más que algunas generalidades históricas ligeramente cómicas. ("En los anales del amor, el adulterio siempre ha interpretado un papel escandaloso"). Para aquellos de nosotros que adoramos las historias de amor un tour d'amour debería bastar. El que no sea así nos dice algo sobre lo que se necesita para escribir sobre el amor. Las historias de amor, como el amor en sí, giran menos en torno a cosas que son fáciles de resumir -situaciones, argumentos- que en torno a los pequeños detalles que dan a una historia o un encuentro su inesperado poder: un tono apasionante, un destello de agudeza, el inquietante trasfondo sádico de una obsesión erótica. Esos colofones raras veces llegan a las sinopsis.



Naturalmente, ninguna literatura tiene menos sinopsis que los artículos científicos sobre el amor. Pero aun así, estos documentos poseen en el mejor de los casos una frescura que se echa de menos en el libro de Appignanesi. Hay algo emocionante, en el mejor de los sentidos, en la incesante búsqueda de la ciencia para tratar de medir lo que no se puede medir, para dar unas coordenadas precisas al conocimiento que puede que haya sido común pero que todavía sigue siendo vago. A estas alturas, todo el mundo sabe que se supone que tenemos que abrazar a nuestros hijos, pero quién podía imaginarse que las consecuencias para la salud mental que tiene el no hacerlo pueden transmitirse durante tres generaciones. Quién iba a suponer que, al menos en un sentido químico, podemos realmente estar hechos los unos para los otros, que el éxito o el fracaso de un beso puede deberse no solo a los sentimientos o a la técnica, sino también a una respuesta olfativa inconsciente a las feromonas del amante. El amor penetra muy adentro, mucho más adentro, en algunos sentidos, de lo que hasta nuestros mejores poetas han sido capaces de describir. No hemos hecho más que empezar a averiguar la profundidad con que penetra.