Peter Sloterdijk. Foto: A. Sánchez Mega

Traducción de Isidoro. Reguera. Siruela. Madrid 2011. 172 páginas, 18'95 euros

Se habla mucho en estos días del renacer de las religiones. En sentido positivo, se constata en ellas la pervivencia de una fuerza movilizadora que parecía definitivamente relegada al pasado. Por otra parte, a menudo se asocia este poder a los numerosos brotes de fanatismo que siguen complicando la convivencia en el mundo globalizado. A este espacio de controversia se remite el filósofo alemán Peter Sloterdijk (Karlsruhe, 1947) en un ensayo que propone una consideración genética de las tres grandes religiones monoteístas -judaísmo, cristianismo e islamismo- como "partidos en conflicto" que habrían ido surgiendo sucesivamente el uno del otro y, precisamente en virtud de su común afán mesiánico-expansionista, tratando de suprimir a su antecesor.



Pertrechado con las armas de la sociología, la psicología o la historia, Peter Sloterdijk declara que su deseo es lograr que la ciencia general de la cultura amplíe su competencia al campo religioso. No obstante, hay motivos suficientes para preguntarse si no es más una circunscripción que una ampliación lo que el ingenioso crítico cultural nos ofrece cuando toma como exclusivo punto de partida para sus análisis esa situación descrita como "choque de monoteísmos" y, basándose en ella, identifica como fuente esencial del fenómeno de la transcendencia ciertos modos de exagerada reacción del ser humano ante el estrés. Demasiadas excusas no pedidas en las primeras páginas del texto así lo sugieren.



De este modo, la ambigüedad del título del ensayo (puesto que "celo" no sólo supone fervor en el cumplimiento del mandato divino, como pasión violenta que induce al fanatismo, sino cuidado y atención solícita) se disuelve pronto a favor de la interpretación menos amable de ese Dios Uno, celoso de su exclusividad, que somete a sus criaturas y, a su vez, legitima a las que le son fieles para imponerse a las que no comparten su fe. Para ello, la idea de Heiner Mühlmann de que una intensa reacción biológica al estrés suele suscitar en los individuos la sensación de que las fuerzas actuantes en el propio cuerpo provienen de fuera es aprovechada por Sloterdijk como principio explicativo de toda vivencia de transcendencia, que tendría su forma originaria en el furor.



Tomando como mejor ejemplo de ello en nuestra tradición la cólera de Aquiles cantada por Homero, Sloterdijk conecta así con las tesis de su anterior ensayo, Ira y Tiempo, para contarnos el devenir de los tres monoteísmos como un continuado proceso histórico de reacción violenta, en principio a antiguas formaciones politeístas, luego a monoteísmos previos. La articulación de un orden político vinculado a una revelación transcendente comienza con el judaísmo, que concentra el trato con un Dios personal en una nación elegida, el cristianismo lo extiende a todas y el islamismo radicaliza la idea de guerra santa, en un escenario de estrés permanente.



Sloterdijk contabiliza nada menos que dieciocho modalidades distintas de conflicto entre estos monoteísmos, hasta llegar, en el capítulo principal del libro, a la descripción de su matrix: una ontología monovalente (hay un único Dios, Supremo) y una lógica bivalente (con Él o en contra). Es esta raíz de los extremismos la que habría que intentar superar en el presente, rescatando esas zonas grises que en las distintas religiones "des-suprematizan" el orden transcendente y toleran la multiplicidad de lecturas.



El problema radica en que Sloterdijk busca un tertium datur, un fármaco o alternativa al carácter fiero, celoso, de los monoteísmos sólo a partir de una comprensión de lo que constituye su matriz que se mueve aún bajo los esquemas de esa lógica bivalente que él pretende superar. ¿Agota el sentido de la experiencia religiosa el historial de reacciones fanáticas acumulado por estas religiones? Sloterdijk no se plantea la posibilidad de una matriz más profunda -más rica y contradictoria también- donde la experiencia de lo sagrado enlace no sólo con el recurso humano a lo simbólico para mitigar el impacto de saberse mortal, sino con la vivencia del asombro radical ante el puro existir.



¿Tiene sentido predicar el diálogo entre religiones si sólo se las ve como un anacronismo apenas tolerable? En comparación con otros recientes acercamientos post-seculares a la religión como los que ha propiciado, por ejemplo, Eugenio Trías, el enfoque de Peter Sloterdijk resulta demasiado estrecho. Quizá haya que poner más celo, en el buen sentido, para despedirnos del Dios celoso.