Umberto Eco. Foto: Óscar Monzón

Trad. de Guillem Sans. Lumen. Barcelona, 2011. 221 páginas, cc euros

¿Mera coincidencia o diálogo intertextual (posmoderno)? Este mismo año en que Harvard College publicaba con el título Confesiones de un joven novelista las conferencias Richard Ellmann pronunciadas allí por Umberto Eco, los editores de Mario Vargas Llosa, al hilo del Nobel, reeditan sus Cartas a un joven novelista, aparecidas en 1997. Se trata, ciertamente, de dos obras muy semejantes tanto en planteamiento como en contenido. En el título de la primera asoma, sin embargo, esa zumba inteligente que caracteriza al peruano y no tanto al de Piura, quien hizo a Luis Harss una afirmación luego desmentida por Pantaleón y las visitadoras y La tía Julia y el escribidor: "Yo siempre he sido absolutamente inmune al humor en literatura. La realidad contradice el humor".



Porque aunque la diferencia de edad entre uno y otro sea tan solo de tres años, son veinte los que separan El nombre de la rosa de los primeros libros narrativos del peruano, lo que justifica que Umberto Eco se considere a sí mismo en 2011 un novelista joven pero ya lo suficientemente fogueado como para ofrecerse también como mentor.



No es la primera vez. En Sobre literatura incluía ya un capítulo final titulado "Cómo escribo"que viene a coincidir con la primera de estas conferencias. Aparte de curiosidades y confidencias, que adobadas con el humor que es marca de la casa hacen la delicia del lector, este joven novelista ya septuagenario confirma que, a diferencia de lo que les ocurre a los poetas, su reto principal y más arduo consiste en construir un mundo de personajes, escenarios, objetos y eventos, y que luego las palabras vienen en su ayuda para revestirlo pertinentemente. Como buen medievalista que "hasta 1978, me sentí completamente realizado como filósofo y semiólogo" (pág.14) repite de nuevo una cita latina ya esgrimida en sus Apostillas a El nombre de la rosa: "Rem tene, verba sequentur". De ella es fácil saltar a la confirmación de una tesis coincidente con lo que Vargas Llosa expresa en ensayos suyos como, por caso, García Márquez: historia de un deicidio (1971): la del novelista como demiurgo, verdadero émulo, cuando no suplantador, de Dios.



Sobre tales supuestos, la tercera conferencia trata precisamente de "la verdad de las mentiras", por decirlo buscando de nuevo concomitancias, que no interdependencias. Estamos hablando en definitiva de dos novelistas que, amén del entrecruzamiento casi quiasmático de sus respectivas trayectorias, comparten un mismo "polen de ideas" epocal, patente, sobre todo, en el ejercicio continuo de la autorreflexión y la "ansiedad de las influencias" reconocidas como tales en el marco de la tradición o canon literario universal, y que no oponen radicalmente las que aquí se denominan escritura "científica" y "creativa". Ambos admiten, por el contrario, la "función epistemológica de las afirmaciones ficticias" (página 97); que la novela tiene tanto de juego como de revelación. Eco parte también de la "suspensión de nuestra incredulidad" que nos es obligada por el pacto novelístico, pero concluye que el poder de veredicción de la palabra narrativa puede ser tan alto que, una vez concluido el acto de leer, incorporamos a nuestra enciclopedia de referencias potentes "objetos absolutamente imaginacionales" (página 108) como Ana Karenina o la Emma Bovary flaubertiana.



La conferencia segunda adelanta precisamente ese gran tema de la fenomenología literaria que el autor de El cementerio de Praga trató reiteradamente en sus ensayos sobre la obra abierta, el lector "in fabula", los límites de la interpretación e, incluso, en sus seis paseos sobre los bosques narrativos que fueron también otras tantas "Norton lectures" en Harvard. La literatura narrativa se consuma en la relación entre el lector empírico que tiene la novela entre las manos y el lector modelo que sus páginas postulan. Tal figura se puede definir como ese conjunto de condiciones felices que deben ser satisfechas para que el texto sea actualizado correctamente en todo su contenido potencial, y para que el "mundo posible" que el novelista ha creado cobre existencia plena hasta el extremo de que se incorpore a nuestra enciclopedia de "realidades".



El lector (empírico) más fiel de Eco, aquel que incluso pudo haberlo consultado para redactar su propia tesis doctoral, no encontrará aquí grandes novedades, claro está. Pero continuará inmerso en la orgía perpetua de sabiduría, ingenio, humor y perspicacia que este académico nos garantiza desde 1980 a la vez como novelista. ¿Algo disonante? Acaso la conferencia final, entre resumen y paráfrasis de un libro ya traducido en 2009, El vértigo de las listas.