Victor Serge. Foto: Archivo
Victor Serge es el seudónimo de Victor Napoleón Lvovich Kibalchich (Bruselas, 1890-México, 1947), hijo de exiliados rusos, revolucionario vocacional, personaje contradictorio y fascinante que participa de una u otra forma en las grandes convulsiones políticas de la primera mitad del siglo XX, siempre con un talante inquieto, crítico, radical e inconformista. Enrolado primero en el anarquismo francés, lo encontramos también en la España de 1917. En la Barcelona crepitante de esos años encuentra a un "hombre extraordinario" que le servirá de referencia: Salvador Seguí, el noi del sucre. Serge siente admiración por la "tradición revolucionaria" hispana y la combatividad de su clase obrera, comandada por la CNT. En ese período es Rusia el horizonte supremo y la gran esperanza de todos los revolucionarios y, por supuesto, un activista audaz como Serge no podía dejar pasar la oportunidad de contribuir a lo que consideraban la mayor transformación que habían visto los siglos.En una Rusia despedazada por la guerra civil, entre el terror blanco y el terror rojo, Serge arriba a Petrogrado con un ansia febril de colaborar en el "nuevo mundo" que se abre ante sus ojos. Contacta primero con Gorki y luego con los dirigentes bolcheviques, en especial con Zinoviev. Su confesado entusiasmo de primera hora no escondía grandes reservas sobre la falta de autocrítica y, sobre todo, el uso inmisericorde del terror por parte del bolchevismo triunfante. Unas dudas que se explicitan en el propio epígrafe del capítulo que narra las andanzas de comienzos de los años veinte: "el peligro está en nosotros". Por expresarlo con sus propias palabras, "Cronstadt, la NEP, la continuación del terror y la intolerancia sembraban tal desaliento que estábamos en plena crisis moral" (p. 196).
Sumido en esa esquizofrenia de defender una revolución cuyos "excesos" detestaba, Serge viaja por una Europa convulsa entre 1922 y 1926, abrumado por unos acontecimientos que le desbordan. Contacta con los intelectuales marxistas europeos para coincidir -por ejemplo con Lukács- en que "la hora es mala, estamos en un viraje oscuro". Una intuición que los hechos posteriores no harán más que corroborar. "La revolución en el callejón sin salida" se titula el capítulo siguiente, en el que Serge da cuenta de su profunda decepción por el rumbo recolucionario. Empiezan los años de persecución, que son también los de resistencia de "un hombre solo" contra un "régimen totalitario". Es la fase más amarga de la vida de Serge, que sufre cárcel y deportación en el país que había despertado sus grandes ilusiones juveniles.
En 1936 se despide amargamente de aquella Rusia siniestra para volver a un Occidente sumido en la gran derrota de la libertad frente al avasallador empuje de los fascismos. El ascenso de Hitler, el estallido en España de la guerra civil, el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, la ocupación nazi de Francia, todos los sucesos de esos años presentan un cariz adverso para las aspiraciones de Serge, que se ve impelido a salir huyendo de este torturado viejo continente. Así es como, al igual que otro viejo protagonista de la revolución bolchevique, León Trotsky, pone rumbo a México, donde vivirá sus últimos años, entre 1941 y 1947.
Las memorias de Serge pueden interpretarse como el relato de una serie ininterrumpida de fracasos y decepciones, pero también como el despliegue de una energía moral, una autenticidad y un compromiso admirables, más allá de que puedan compartirse o no las razones que empujaron a su autor a participar en las sucesivas intentonas revolucionarias de su tiempo. En este sentido, este libro refleja fielmente en su formato de testimonio político personal lo que fue la historia del siglo XX: en todas partes las revoluciones, como Saturno, se consolidaron devorando a sus mejores hijos. Quizás por eso a largo plazo todas ellas terminaron en el basurero de la historia.