Jorge M. Reverte

Colaboración: Mar Díaz-Varela. Planeta. Barcelona, 2011. 537 páginas, 22'90 euros

Este libro, así se afirma en su introducción, es el de un periodista, no de un historiador. Ciertamente contiene una crónica económica de cuarenta años, algunas de cuyas claves ya han sido debatidas por especialistas, y muchas de cuyas interpretaciones pueden comprobarse con los hechos, incluso con datos cuantitativos. En su contenido hay algunas cosas que se echan en falta, como una mayor atención a determinados capítulos recientes, por ejemplo, la accidentada política monetaria de finales del siglo XX y el ingreso de España en la Unión Monetaria Europea -que se despacha en apenas una página-, o el éxito de la política presupuestaria de los gobiernos de Aznar y el primero de Rodríguez Zapatero, entre 1996 y 2006, sin el cual la situación actual de la economía española, sin duda, sería peor de lo que es. Pero también, como es propio de un buen periodista, hay testimonios, conjeturas y abundantes anécdotas que garantizan una acogida favorable de los lectores. Así ocurre con las revelaciones acerca de la autoría de sucesos inquietantes y perturba- dores, como las matanzas de Vitoria y de la calle Atocha en Madrid, y algunos relatos realmente fascinantes sobre el tramo último del franquismo y las cinco etapas presidenciales de la etapa democrática.



Según anuncia su título, la parte más sustancial del libro es la que afecta al ascenso y caída de grandes empresas y financieros, a lo largo de los últimos cuarenta años; una historia, por demás, frecuentemente aderezada por sonados escándalos y procesos judiciales. Todo esto, desde Rumasa a Banesto, pasando por convulsas absorciones bancarias y luchas por el poder, aparece gráficamente expuesto en sus páginas. Hay que recordar que, en la prolongada era franquista, hubo una opacidad casi absoluta en lo referente a enfrentamientos internos de orden político o económico, y además los grandes bancos se atuvieron a un statu quo, en el cual la discreción personal y el sigilo eran normas prioritarias. A partir de los años setenta, a medida que la economía financiera española fue flexibilizándose y abriéndose al exterior, haciéndose de verdad una economía de mercado, los cambios institucionales y los conflictos personales, los encumbramientos pretenciosos y los finales humillantes pasaron a formar parte habitual del relato histórico.



Este enfoque podría llevarnos a la idea de que, en la economía española de los últimos cuarenta años, sólo se ha conseguido acumular escándalos. Y esto, como reconoce el autor al comienzo del libro, no sería cierto ni justo con nuestra propia sociedad. Barahúndas y conmociones financieras las ha habido y hay en todos los países libres y de economía abierta. En España la liberalización social y económica ha sido muy rápida durante los últimos decenios, en comparación con otras naciones, donde la competencia, el riesgo, el cambio y la incertidumbre son rasgos inherentes al progreso económico desde hace siglos. Nuestra historia reciente incluye muchas más cosas. Por ejemplo, investigadores y profesionales universitarios, cada vez más numerosos, semejantes a los mejores europeos, y también bastantes grandes empresas de alcance internacional que, ni en sueño, hubiéramos imaginado hace sólo tres décadas, y por supuesto miríadas de empresarios y trabajadores competentes, aunque ahora mortificados por la crisis. El Producto Interior por habitante ha crecido en España, desde 1975 a 2010, tanto o más que en Francia y casi tanto como en Alemania, aunque dicha magnitud represente aún las tres cuartas partes o las dos terceras de la correspondiente a dichos países.



También queda mucho por hacer y eso bien se ve en este libro. Por ejemplo, cuando se lee que varios ministros, excelentes economistas, con Aznar y con Rodríguez Zapatero, se alarmaron ante la formación de la burbuja inmobiliaria, sin que ello trascendiera, durante mucho tiempo, en la adopción de medidas correctoras. La razón fue la impopularidad política de tales medidas, ante lo cual se prefirió el inmediato éxito de las elecciones. Faltó voluntad de decir la verdad a la sociedad, convencerse y enseñar que las dificultades existen, y que los problemas objetivos no son argumentos opinables, ni eludibles con la improvisación. Creo que hace bien Mariano Guindal al concluir este sugestivo libro con una recomendación oída al profesor Luis Ángel Rojo poco antes de su muerte, y referida a la política española: "Las reformas son necesarias. El esfuerzo y la ética son los dos únicos caminos que conducen al progreso".