Isabel Coixet
Las películas de Isabel Coixet (Barcelona, 1962) gozan de una considerable aceptación internacional. No se trata solo de que varias hayan sido sancionadas positivamente en los festivales y por la crítica y el público, sino también de que la directora catalana ha logrado financiar y rodar proyectos en varios países.Sigo prefiriendo títulos del primer tramo de su filmografía como Cosas que nunca te dije (1996) y Mi vida sin mí (2003), anclados en sentimientos hondos, a películas como la celebrada La vida secreta de las palabras (2005) y Mapa de los sonidos de Tokio (2009), en las que se sofistican y se incrementan las manipulaciones emocionales, estéticas y narrativas. Prefiero, sin duda, el mayor convencionalismo profesional de Elegy (2008) a la impronta formalista de los dos filmes anteriormente citados.
Esa divergencia entre la hondura y lo epidérmico se refleja perfectamente en el conjunto de textos -de origen periodístico- recogidos y ordenados, como una suerte de diario, en La vida secreta de Isabel Coixet, cuyo total dibuja, directa e indirectamente, un autorretrato de la cineasta, pues a través de lo que mira y de cómo lo mira acabamos teniendo una imagen de ella misma y, por inmediata y lógica extensión, de su cine.
Las palabras y los textos concebidos, obviamente, para ser leídos son presentados bajo el dictado y la voluntad del diseño dentro de una creación visual -de libro artístico, de libro-objeto-, sobre un elaborado fondo de fotografías de la autora, de manera que su lectura se hace ardua y difícil, pues la literatura que contienen ha sido sacrificada -o mermada- para la obtención de un resultado plástico.
Eso, para empezar, es ya algo que tiene que ver con Coixet y con el cine que viene haciendo. Sobreponiéndonos a esta dificultad -que no será tal para quienes prefieran "ojear" las imágenes y tocar el papel a leer y profundizar en las palabras-, en el libro advertimos un mundo muy internacional y cosmopolita, señalizado por diversas ciudades de todo el planeta, viajes, hoteles, comidas, canciones, arte, libros y películas que, por la elección y el punto de vista, confirman la apuesta de su autora por la modernidad.
Esa pasión de Coixet digamos que por el universo polícromo de la cultura de suplemento dominical o de mensual exquisito no esconde, sin embargo, un desconcertante deje de fatiga y hartazgo -transmisible-, como si tanta intensa novedad y trajín no dejara de pasarle factura y de provocarle incluso un atisbo de ironía y sarcasmo respecto al mundo en el que se desenvuelve, curiosamente compatible con la importancia que, a la vez, le otorga. Hay un apunte de brote esquizoide en ello como lo hay en el modo en que la explosividad colorista y vital del libro se acompasa con la mención constante del dolor y la tristeza, temas recurrentes en sus películas.
Si en no pocas ocasiones Coixet se adentra en sensaciones profundas, en confesiones personales interesantes, en descripciones valiosamente literarias y hasta en pequeñas narraciones breves en las que el texto coge vuelo estético y analítico, en otras -no pocas igualmente- se desliza tanto por una pista redaccional vacua como por incomprensibles descuidos estilísticos: observaciones previsibles, adjetivos tópicos o repeticiones de la misma palabra en líneas próximas.
Siendo un libro "tan editado", curiosamente le hubiera venido bien una mayor y mejor edición y selección de los escritos. Y el buen consejo de alguien para evitar la banalidad -en semejante contexto- de los "me gusta" y "no me gusta" que van en el interior de las cubiertas.