Ben Johnson, héroe desenmascarado

Pepitas de Calabaza, 2011. 416 páginas. 20 euros

Bendita y glorificada la práctica de competición, la publicación de un musculoso libro subtitulado El libro negro del deporte, cuyo eje central es una visión crítica del deporte convertido en espectaculo e instrumento de poder, reclama atención. Incluso la de quien esté convencido de las bondades individuales y sociales del ejercicio deportivo, y sepamos que muchas acusaciones han sido injustas e interesadas (pienso, claro, en Marta Domínguez). Pero lo cierto es que desde los presocráticos sabemos que pensar sobre algo requiere también considerar su opuesto.



Federico Corriente (El Cairo, 1965) y Jorge Montero (Teruel, 1961), tras un prólogo en el que fijan su posición ideológica en el margen opuesto de la postmodernidad capitalista, sitúan el inicio de su texto en la polis griega. En el siglo VIII a. C., los juegos olímpicos los protagoniza la aristocracia militar en un contexto de reglas y respeto a las leyes. Esparta era la gran potencia militar y hasta cumplir los 20 años, los hijos de los guerreros debían seguir una estricta educación militar y deportiva.



A partir del siglo V a. C. Atenas ofrece a sus ciudadanos una educación que ya no insiste tanto en lo militar. Sus gimnasios son centros de vida social e intelectual. La higiene y la salud deben orientarse hacia la belleza. Aristóteles señala en su Política que no deben criarse niños deformes. Pese a la pureza de los ideales de la Grecia clásica, el arcaico carácter sagrado de los festivales y juegos olímpicos comenzará a mercantilizarse a lo largo del siglo IV a. C. Los atletas se profesionalizan.



El Imperio Romano descubre pronto la importancia política del deporte. Julio César y su sucesor el emperador Augusto dedicaron grandes sumas de dinero a sufragar todo tipo de espectáculos deportivos. El cristianismo y las invasiones de los pueblos bárbaros acaban con los usos deportivos, y en la Europa medieval los torneos entre caballeros constituyen el espectáculo por excelencia. En este recorrido histórico a lo largo de la evolución del concepto y práctica del deporte, Corriente y Montero sitúan su nacimiento, tal como hoy lo conocemos, en la Inglaterra de finales del XVIII y principios del XIX. La aristocracia y la burguesía británicas reglamentan el fútbol, el rugby, el golf, el hockey y el criquet. Si el Reino Unido marca los espacios y los tiempos de las competiciones, Ale- mania introduce las nociones de disciplina y estética y Francia formula la filosofía política del deporte. El aristócrata francés Pierre de Couvertin (1863-1937) convierte su práctica "en encarnación de los valores democráticos, artífice de la concordia universal y heraldo de paz entre las naciones". Couvertin, a partir de los Juegos de Atenas en 1896 elabora, en opinión de los autores, una ideología destinada a consagrar la supremacía del hombre occidental y el espíritu imperial de las grandes potencias. El Comité Olímpico Internacional (COI) "prohibió la participación de las mujeres en las olimpiadas". El olimpismo encontraría su encaje perfecto en las teorías racistas del psicólogo y estadístico británico Galton (1822-1911), Disraeli y de "Churchill, ministro de Interior que en 1910 propuso esterilizar a cien mil degenerados mentales [...] para salvar de la decadencia a la raza británica".



Bajo Samaranch, escriben los autores, el COI se transforma en una empresa global decidida a imponer sus reglas y de lograr pingües beneficios y efectiva influencia política. Ante el éxito del COI, la FIFA copia el modelo y se transforma en una potente estructura de manipulación deportiva y política. Se cierra este denso, documentado y polémico volumen con un epílogo en el que se aborda el doping como algo supuestamente indisociable del deporte convertido en espectáculo de masas, en artefacto antidemocrático y en potente productor de significados sociales. Afortunadamente, miles de deportistas honestos se empeñan en desmentirlos cada día.