Traduc: David Stacey. Minúscula. 91 pp. , 11 e.

Es casi un clásico de la crítica de este país decir que un libro es inclasificable.Éste forma parte de esa categoría y no porque esté inventando género alguno, sino porque, a pesar de su brevedad, tiene dos partes tan distintas que parece escrito a cuatro manos. La primera parte la conforma una especie de delirante tour por la historia de la romanización de las Galias, los Países Bajos y las zonas germánicas en la que en 30 páginas el lector ve pasar la Historia de Europa a la velocidad de la luz. Bergounioux (Brive-la-Gaillarde, 1949) que según la biografía de cubierta fue un brillante discípulo de Barthes, tiene en esta parte algo de la oscuridad de su maestro y más bien poco de su brillantez. A partir de la página 35 y hasta la 90 el libro sufre una transformación súbita y se convierte en una de las biografías de Descartes más maravillosas e inquietantes con las que puede encontrarse un lector.



Esta pequeña biografía de Bergounioux es un auténtico libro de viajes, y no sólo por la detallada descripción que hace de los viajes de Descartes a lo largo y ancho de toda Europa en busca del frío, sino por el talento con el que se describe aquí el viaje espiritual de una de las mentes filosóficas más influyentes y poderosas de las Historia Occidental. El autor consigue que el lector llegue al más común de los lugares comunes de la Filosofía Moderna, el famoso cogito ergo sum del Discurso del método, con la misma emoción con la que debió de llegar, si no su autor, al menos sus lectores contemporáneos, como si hubiese tocado con los dedos algo que su propia inteligencia le hubiese mostrado con total claridad.



Es un verdadero acierto hacer girar parte de la travesía geográfica de Descartes como una constante búsqueda del frío, el frío que le permite pensar y el mismo frío que le acabará costando la vida en Suecia en 1650. Descartes se parece también, a través de la mirada de Bergounioux, a uno de esos excéntricos personajes de Sterne, buscadores perniciosos de soledad y buceadores de las simas más profundas del mundo de las ideas. Cuando un retrato es eficaz resulta verosímil aunque se contradiga, por eso el mismo hombre que era capaz de cruzar Europa para encontrar una habitación en la que poder pensar a gusto era el mismo al que le resultaba imposible salir de la cama hasta el mediodía.