Libros del KO. 137 pp., 14'90 e.

Si el presidente considera necesario que tienen que torturar a alguien, incluyendo romper los testículos del hijo de esa persona, ¿no hay ley que lo pare?

- No hay ningún tratado.



-¿Y no hay ninguna Ley del Congreso…? ¿Eso es lo que escribió usted en su memorando de agosto de 2002?

-Todo depende de por qué el presidente quiera hacerlo.



Este diálogo entre Doug Cassell, profesor de Derecho de la Universidad de Notre Dame, y John Yoo, Vicefiscal General de Estados Unidos entre 2001 y 2003, abre El Monstruo, memorias de un Interrogador. 144 páginas de nitroglicerina. Crónica de primera mano que recorre los pasillos oscuros de la "Guerra contra el Terror", agotado todo nuestro asombro apenas sorteado el primer capítulo. A partir de cientos de horas de entrevistas personales con el soldado Damien Corsetti, veterano del Batallón 519 de Inteligencia Militar, Pablo Pardo, corresponsal de El Mundo en Washington, habla de un hombre en cuya singladura se resume y fija un tiempo sucio. Cuando los países democráticos sancionaron prácticas inhumanas. En Afganistán, en Irak, en decenas de cárceles secretas situadas en dictaduras afines, en el vientre ciego de portaviones estacionados en el Índico, se cometieron abusos no esporádicos sino coordinados.



Los aullidos de los torturados, desaparecidos y muertos sajan este relato con la ferocidad de un bisturí rabioso. Imposible no devorarlo de un golpe ni concluirlo en el lavabo, asqueado por el horror que describe. No hay en su extensión una gota de grasa. No regala juicios ni defrauda con opiniones. Tampoco renuncia el autor a explicitar su punto de vista, enfrentado a los cínicos mandarines del fin que todo lo redime. Le basta para exponer su caso. Con dejar hablar a Corsetti, reclutado para trabajar con la OGA (iniciales de Other Government Agencies). De su mano recorremos Bagram, la prisión afgana, antigua base militar soviética, con dos plantas, una para los detenidos e interrogados comunes, que recibía visitas de la Cruz Roja, y otra, secreta, para los merecedores de torturas. En Abu Ghraib se acumulaban miles de detenidos, la mayoría inocentes, vendidos por cuatro billetes o detenidos de forma arbitraria. Hubo gente colgada 22 horas al día, más de tres meses, del techo de su celda. Para tragar, para no suicidarse, los soldados consumían alcohol y drogas en cantidades bestiales. La moral, la disciplina, el honor, yacían entre chancros de vómito y sangre.



El Monstruo, escrito con elegancia forense, resulta clave para entender qué hicimos en aquellos desiertos, cuando amortajamos nuestros escrúpulos en nombre de unos ideales miserablemente ultrajados. Hay que leerlo.