Francisco Sosa Wagner. Foto: La Fototeka

Marcial Pons. Madrid, 2011 176 páginas, 16 euros

Este libro es una certera descripción de la política pasada y presente, y una brillante aspiración de la política futura. Su información es desoladora: los derrumbes de la Hacienda Pública son tan antiguos como ella misma. Lo que estamos viendo: los endeudamientos masivos derivados del derroche de las autoridades en toda suerte de aventuras, siempre emprendidas por el bien de la comunidad, claro está; las estratagemas inmorales para ocultarlos, las ventas, arriendos y "privatizaciones" varias para atenuar la penuria de las arcas públicas, y los maquillajes para disfrazar las quiebras y conseguir que los paganos, el pueblo, no se subleve. Todo el espectáculo al que estamos asistiendo tiene siglos de vida.



Tras una cruel reseña de la historia del poder, los catedráticos Francisco Sosa Wagner y Mercedes Fuertes abordan el central capítulo 2: "El Estado en Almoneda", escalofriante relato de tropelías "que recuerdan en mucho las tradicionales que se adoptaban en el pasado en situaciones de bancarrota". Desfilan los aeropuertos, la energía, el suelo, el subsuelo, la lotería, las telecomunicaciones, las cajas de ahorros, y otras muestras del increíble, arbitrario, descarado, gravoso e insultante despilfarro de los dirigentes centrales, autonómicos y municipales.



La regla de la política aparece luminosa y dolorosamente dibujada. El bien común ha sido tantas veces invocado como quebrantado. El interés a largo plazo de los ciudadanos ha sido reiteradamente violado en aras del interés a corto plazo de los gobernantes. Parece que la única lógica del poder es la maximización y legitimación de su propio poder. Eso explica su persistencia defraudadora, su sistemática tendencia a gastar más de lo que ingresa y a resolver después el problema que él mismo ha creado mediante artificios que pueden llegar a cualquier cota de capricho en su propia conveniencia.



Puesto el sombrío toro antiliberal en suerte, los autores lo lidian de una forma deslumbrante y sorprendente: suponen que la dinámica política muta de tóxica a inocua dando un salto hacia la Unión Europea. Las piezas empiezan a encajar: reproches al mercado y alabanzas a la política, que brinda protección y seguridad: Europa "ha instaurado la solidaridad de los ricos con los pobres"; "hasta hace muy poco tiempo nadie hablaba del gobierno económico de Europa y hoy es un lugar común"; los fondos estructurales son la "prueba irrefutable de la existencia de una conciencia común"; es mejor la "soberanía compartida" que los "mercados"; si los gobernantes son responsables y honrados no es inquietante la expansión del poder en el plano europeo: "la regla de la unanimidad debe seguir perdiendo importancia"; la clave para resolver el déficit: "ajustar las tuercas al contribuyente es posible si se tiene coraje político para ello", y los mayores impuestos los pagarán los ricos y los evasores.



Todo lo que los autores denuncian magistralmente en las abusivas incursiones de la coacción política y legislativa sobre los derechos y los bienes de los ciudadanos desaparecerá o se mitigará cuando esa coacción no se ejerza a escala local, autonómica o nacional, sino europea. Tan notable análisis ratifica una vez más el eterno triunfo de la esperanza sobre la experiencia.