Pre-Textos. 2011. 140 pp., 13 euros

Ernesto Schoo, autor de referencia para el público argentino pero casi un desconocido para el lector español, acierta de plano en la declaración inicial de este paseo subjetivo por la ciudad de Buenos Aires: dejar de lado el aburrido, ya de puro turístico, Buenos Aires, el de la vida nocturna, y centrarse en su Buenos Aires sentimental. En realidad, el primer gran acierto de este paseo subjetivo es una cualidad que tal vez se le escapa al propio Schoo; el de su esencialidad, una cualidad que tal vez se haya atribuido demasiado poco a la mirada "sentimental"cuando es una de las cosas que le son más propias.



Los dos primeros capítulos son un ejemplo de la concreción y la esencialidad de lo sentimental: en primer lugar el río, en segundo lugar los árboles. "Este no es un río amable, ni generoso. Los ríos amables atraviesan las ciudades, el Plata está ahí, indolente, prolongación líquida, color tierra, de la monótona llanura pampeana, ese vértigo horizontal. Se nos acusa a los porteños de no amar a nuestro río [...]. Ocurre, creo, que desconfiamos de él: sospechamos que es una masa de agua muy ladina, llena de malevolencia y picardía. Picardía criolla, claro". Parece que en esas sencillas líneas iniciales de su descripción del río de la Plata hay una radiografía sentimental de la ciudad, del carácter argentino y de la mirada del autor que un escritor con menos talento habría tardado 40 páginas en hacer.



El Buenos Aires de Schoo está bien delimitado: Palermo, Flores, Caballito, Recoleta, el teatro San Martín, Belgrano. Es, tal vez eso se le escape también al autor, un Buenos Aires de los jardines, también el Buenos Aires "marciano" de la herencia británica, o el de las esquinas de Belgrano que parecen de pronto, inexplicablemente, recién sacadas de un grabado romántico alemán. Un Buenos Aires que no parece Buenos Aires, que se resiste a su estampa prototipo precisamente porque está filtrada por la mirada asombrada de un porteño a quien de pronto deslumbra su ciudad. Lo sentimental, lo sabe Schoo mejor que nadie, se resiste a hacer de su ciudad "aquello que los demás esperan ver en ella", igual que un buen amante se resiste a la idea de convertir a su amada en la "persona que necesita".



El libro, a pesar de que el propio Schoo reniegue varias veces y furibundamente de las guías de ciudad, es en el mejor sentido de la palabra una hermosa guía de Buenos Aires. El niño que fue Ernesto Schoo describe, ya adulto, el Buenos Aires que vio de la mano de su padre como si acompañara, en una especie de guía ideal, a un extraño a la ciudad, sin dar nada por descontado, y sin apabullarle con datos que no necesita ni requiere, como se hace un catálogo alegre de los lugares en los que se ha emocionado.