Chris Burden durante una performance

Trama Editorial. Madrid, 2011. 128 páginas, 16 euros

Bajo un título que no se puede leer sin alarma y que parece llevar las exclamaciones incorporadas, el crítico y profesor David G. Torres ha construido un breve pero ciertamente valeroso baluarte desde el que mirar desde otro lado el arte contemporáneo. Así lo reconocieron los miembros del jurado que le han otorgado el premio Escritos sobre Arte, de la Fundación Arte y Derecho, en su sexta edición.



No más mentiras ofrece, como decíamos, una perspectiva original (y transversal entre las artes) sobre territorios bien conocidos. Pertenece a esa tendencia (por ahora escaramuzas pero que acabará en guerra abierta) que propone revisar la historia del arte del siglo XX tal y como nos ha sido contada. Esto es, como una sucesión de estilos diferenciados formalmente, desconectados de la historia y el contexto en que se produjeron. El origen de este relato que desembocaría en la abstracción es un famoso (para los eruditos) esquema trazado por Alfred H. Barr, primer director del MOMA, que adquirió solidez mediante el discurso crítico del que fue el mayor adalid del expresionismo abstracto americano, Clement Greenberg. Quienes hoy revisan este modelo encuentran en él un doble interés político: el de afirmar la hegemonía cultural de Estados Unidos tras la II Guerra Mundial y el de desactivar la carga crítica que llevaban en su seno los movimientos de vanguardia. Acabada la Guerra Fría, acabado el arte moderno y por lo que se ve acabada la política, en esta especie de Edad de la Sospecha, todos estamos dispuestos a poner en cuestión las verdades aceptadas.



Lo que estas décadas pasadas llamábamos crisis de la representación puede entenderse también como la imposibilidad de seguir produciendo ficción, la negativa a contar más mentiras. A su vez, sabemos que ha habido artistas que se han esforzado en presentar fragmentos de la realidad. Y no sólo artistas. Ese deseo de verdad sustenta el Manifiesto Dogma en el mundo del cine o las cada vez más amplias estanterías de No Ficción en las librerías. Por no hablar de los reality shows. La verdad es, por cierto, lo que nos permite distinguir una performance de una acción teatral. Por muy extrema que sea esta, el actor representa (incluso se representa), mientras que el performer "es". Y este es precisamente el hilo del que tira nuestro autor para deshacer el tapiz de la historia canónica. Y entonces van surgiendo artistas que han producido acciones verdaderas: Chris Burden, recibiendo un disparo en un brazo, Bas Jan Ader precipitándose en bicicleta en un canal, Warhol comiéndose ante la cámara una hamburguesa... Pero antes que todos ellos estaba Pollock, todo un pintor abstracto, bailando prácticamente sobre los lienzos extendidos en el suelo, chorreando aleatoriamente su pintura. Esta ya vieja historia llega hasta hoy limpia de contaminaciones. Ahí están las creaciones de artistas como Mario García Torres, Dora García, Philippe Parreno y Pierre Huyghe.



David G. Torres le dedica también atención a la crítica de arte, de la que dice que depende menos de la obra de arte que de una forma de pensar que se quiere crítica. En definitiva, de la literatura. Pero aclaremos las cosas: también en este ámbito hay un inequívoco rechazo de la ficción. La mejor crítica asume la imposibilidad de establecerse como relato, porque tampoco quiere más mentiras. Y asumiendo su impotencia es tal vez capaz de decir la verdad.