Ildefonso Fierro

Desde hace unos lustros, por fortuna se está salvando el gran vacío existente en la historiografía española sobre estudios biográficos de empresarios. Los trabajos de Ballestero sobre Suanzes (1993), de Torres Villanueva sobre De la Sota (1998), de García Ruiz sobre Mahou (1999), de García Ruiz y Santos sobre Barreiros (2001), de Díaz Morlán sobre Echeverrieta (1999) y los Ybarra (2002), de Valdaliso sobre los Aznar (2006), y de Cabrera sobre Urgoiti (1993) y March (2011), entre otros, han marcado una pauta de exhaustividad en la búsqueda de datos, de rigor en los planteamientos intelectuales y de interés en la interpretación de hechos y de personas, que sirven de ejemplo y exigencia a los jóvenes investigadores. El presente libro de Elena San Román es un buen ejemplo de esto último y reúne muy diversos alicientes para los lectores.



En primer lugar, el biografiado, Ildefonso Fierro Ordóñez (1882-1961) fue uno de los empresarios más importantes y de actividad más dinámica y variadas en la primera mitad del siglo XX, y personifica la evolución modernizadora de la economía española en dicho período, sobre todo fuera de los dos grandes espacios empresariales, el catalán y el vasco. Muy pronto su quehacer despegó en el seno de una familia de arrieros y labradores de clase media, procedente de la comarca de los Argüellos, al norte de León, trasladados después a Asturias, donde desenvolvieron un activo comercio de compra y venta de pescado, madera y carbones. El joven Ildefonso añadió su impronta como exportador, agente de aduanas y consignatario de buques. El siguiente salto fue su conversión en naviero, como complemento a la expedición de carbones, negocios que proporcionaron ganancias muy singulares en los años de la Primera Guerra Mundial, cuando ya poseía varios barcos. En años sucesivos, y hasta la Guerra Civil se fueron añadiendo otros intereses, algunos a partir de sus primeras ocupaciones, como la propiedad minera. Sin embargo, Ildefonso Fierro decidió, en1921, trasladarse a Madrid, donde contó con la colaboración de una familia amiga, de similares raíces regionales, los Herrero.



Una de las primeras actividades de Ildefonso Fierro en Madrid fue el suministro de cartón a la firma titular del monopolio para la fabricación de cerillas. Al año siguiente, Fierro y Herrero encabezaban la nueva empresa arrendataria fosforera. Ese fue el comienzo de uno de sus puntales empresariales a lo largo de toda su vida, aunque no el único. Otro campo de inversión que atrajo su interés, en los años veinte, fueron la industria del cemento y la construcción civil, cuando la Dictadura de Primo emprendía grandes obras públicas y la población española intensificaba el proceso de migración a las grandes ciudades.



No menos decisivo resultó su presencia en el mundo financiero. Sobre todo en el Banco Ibérico, que creó y presidió en 1946, aunque antes había tenido diversas experiencias e entidades de crédito y seguros. En realidad, de la lectura de este libro se deducen tres conclusiones significativas: la primera es que Ildefonso Fierro mantuvo un número creciente de empresas, distribuidas en múltiples sectores, a lo largo de su larga existencia; no fue en absoluto un buscador de beneficios a corto plazo, en función de la información que recibía sobre la situación económica y política. Desde luego, poseía dicha información; era excelente y la supo aprovechar muy bien, pero su vocación era de empresario a largo plazo.



La segunda conclusión se refiere a su estrategia empresarial, basada en diversas inversiones simultáneas con la inclusión, entre ellas, de una entidad crediticia que pudiera resolver problemas financieros imprevistos. A esto se unía una peculiar visión táctica que le llevaba a moverse ágilmente en el mundo de los negocios, entrando o saliendo con rapidez de una determinada alianza. La tercera conclusión remite a las dificultades que, en más de una ocasión, hubo de sortear durante la etapa franquista, como la colisión de intereses entre diferentes grupos financieros o la directa oposición de determinados sectores políticos. Ello revela, en contra de lo que a veces se afirma, que la función del empresario estuvo lejos de resultar fácil en aquel mundo.