Quienes conozcan el tono que solía utilizar Flaubert para sus notas de viajes estarán ya cuidados de no sufrir una decepción al esperar de ellos textos narrativos. Los cuadernos de viaje del autor de la Bovary eran eso, cuadernos privados, redactados de forma telegráfica y destinados a un uso memorístico de los lugares que había visitado. Se publicaron de forma póstuma y tienen el encanto de la privacidad. En ellos Flaubert parece casi otro autor, o el mismo quizá, pero tras un shock traumático que le hubiese dejado reducido a un discurso entrecortado. En cierto modo casi parecen los cuadernos de un superviviente en una isla de salvajes; impresiones fugaces, descripciones rápidas, conversa- ciones entrecortadas, y, como siempre, su humor rápido y mordaz.
Tal vez haya una excepción a ese tono, el de los fragmentos que componen el tránsito de Gustave y Maxime por Tierra Santa. Es cierto que Flaubert hace, a su modo, un viaje espiritual, pero el encuentro con Jerusalen no puede ser más decepcionante: "Ninguna de las emociones previstas se ha producido, ni entusiasmo religioso, ni excitación de la imaginación, ni odio a los sacerdotes, lo que por lo menos sería algo. Me siento ante lo que veo más vacío que un tonel hueco". Esa ausencia de emoción religiosa que sí acaba produciéndose luego frente a los giróvagos turcos o en la iglesia de la Natividad es una de las piezas clave no sólo del Viaje a Oriente completo, sino de la formación espiritual del autor.
El resto del libro adquiere en ocasiones la velocidad de un diario de aventuras. No faltan peligros de muerte, como la ocasión en la que comienzan a dispararles junto al Mar Muerto, ni los comentarios procaces sobre las mujeres que ve, o las pinturas o las propias masturbaciones. Este cuaderno de notas es una caja de sorpresas que se vive con la misma emoción de un viaje real e imprevisible.
Como en la experiencia de cualquier viajero abierto a ser sorprendido con honestidad por todo lo que le parezca verdaderamente auténtico, Flaubert se emociona súbitamente allí donde no esperaba nada, y pasa con una gelidez olímpica ante el lugar anhelado.