Peter Sloterdijk. Foto: Carlos Miralles

Traducción de P. Madrigal. Pre-Textos. Valencia, 2012. 588 páginas, 35 euros

A juzgar por el extenso número de páginas de su último libro, se diría que son muchas las cosas nuevas que el ingenioso pensador alemán Peter Sloterdijk tiene que decirnos. La impresión, sin embargo, es equívoca. La mayor originalidad del texto reposa en el plano de lo estilístico y lo terminológico antes que en el de lo estrictamente conceptual. Dotado de un talento innato para el marketing de las ideas, sagaz y provocativo como pocos, poseedor de una de las prosas más elegantes de la literatura filosófica contemporánea -casi siempre espléndidamente vertida al castellano- Sloterdijk apura aquí hallazgos teóricos de libros anteriores (sobre todo de algunos menos difundidos, como Extrañamiento del mundo o En el mismo barco) y, con una retórica tan abundante como eficaz, los recrea en un amplio escenario, hábilmente dispuesto para que sus tesis luzcan como una obra maestra sobre la condición humana.



Esto no significa que la obra no posea un valor indiscutible ni resulte muy recomendable tanto para los neófitos como para quienes ya se hallan bien familiarizados con las ideas de Sloterdijk. De hecho, una de las mejores virtudes del texto es que aprovecha su largo recorrido para afinar nociones antes formuladas de modo menos preciso y que han estado en el centro de algunas de las polémicas más sonadas protagonizadas por el pensador de Karlsruhe. Es el caso del concepto de antropotécnica, empleado en Normas para el parque humano, cuyo sentido se amplía y densifica en este libro hasta convertirse en una pieza clave del enfoque general adoptado en él para contar la historia de las prácticas de autoproducción del hombre por el hombre. Tomándolo como punto de partida, Sloterdijk se distancia de diagnósticos a su juicio demasiado simplistas sobre la crisis actual, que se limitan a repetir las consabidas recetas progresistas o conservadoras.



En ese sentido, Sloterdijk niega la interpretación del momento presente como el de un retorno de la religión tras el "fracaso" de la Ilustración. Para él, no hay ya religiones en tanto que sistemas articulados, homogéneos y coherentes de creencias comunes, sino prácticas espirituales dispersas, que tampoco encajan en el "parloteo" sobre el trabajo como vehículo de emancipación de clase. Ni el hombre religioso ni el homo faber. Lo que de veras retorna hoy día es la apertura de un horizonte antropológico que reconoce eso que Sloterdijk llama "lo inmunitario" del ser humano. ¿Qué quiere decir esto? Pues que los hombres son seres excedentes, que desbordan de continuo su sustrato biológico, exponiéndose a situaciones excepcionales de riesgo, y que por ello se ven obligados a desplegar procedimientos inmunitarios (sociales, píquicos, simbólicos) que los protejan y mejoren ese singular estado de indigencia suyo nacido de un exceso ontológico. Son estas antropotécnicas, estos trabajos, tanto físicos como mentales, del hombre sobre sí mismo lo que constituye el principal objeto de estudio del libro.



La vida humana como ejercicio: bajo esta perspectiva engloba Sloterdijk tres mil años de historia del mundo, en los que el hombre ha sentido siempre un imperativo que le prohibía seguir como hasta entonces y le pedía transformarse. Este llamado no es sólo una constante de las más diversas ascéticas, de los pitagóricos a los brahmanes, de los primeros cristianos a las órdenes monásticas medievales.



Lo hallamos también en las numerosas figuras modernas de una retirada del mundo cotidiano, sea en el arte de la Secesión vienesa o en el de Kafka. Se trata de la misma voz que escuchara el poeta Rilke al contemplar un torso arcaico de Apolo y que da título al libro. Pero también todo el culto moderno al cuerpo, con la explosión del deporte de masas y el acrobatismo generalizado que desde entonces nos invade constituye otro episodio más de esa historia, si bien con un fuerte cambio de acento, que resomatiza esas prácticas ascéticas sin abandonarlas. Con su énfasis en esta idea del atletismo como reforma de vida, ampliamente deudora de Nietzsche y del último Foucault, Sloterdijk logra dar gran viveza a sus tesis y alcanza interpretaciones ocurrentes, así la de la conversión religiosa como un cambio de entrenador. Pero su elitismo ético y su posición rabiosamente individualista dejan en el aire cuestiones tan esenciales como la de los criterios para orientar esta autotransformación y el papel de la comunidad en ella. Seguramente es cierto lo que nos dice Sloterdijk: así no podemos continuar. Pero sigue sin estar claro cómo y en qué sentido debería cambiar nuestra vida.