Miguel Delibes. Foto: Archivo

Destino. Barcelona, 2012. 281 pp. 19'50 e. Ebook: 13'99 e.



Lo primero que debe saber el lector de este ensayo, ameno y bien hecho, es que no se trata, en modo alguno de una biografía convencional de Miguel Delibes. Sólo aparece lo necesario. Hecho por un profesor español de origen anglosajón, el libro es una "biografía literaria" de Delibes (género muy inglés desde Coleridge) o al menos una "biografía intelectual", es decir, nos narra y examina, empezando por su primera novela La sombra del ciprés es alargada, Premio Nadal 1948, cómo fue evolucionando el pensamiento y la escritura del autor. Periodista y algún tiempo director del periódico El Norte de Castilla en su Valladolid natal, Miguel es en la época del Nadal (su retrato como artista joven) un burgués mesetario, con cierto signo liberal, pero que parece aceptar el mundo de la rala burguesía del franquismo, es católico y padre de familia numerosa... Pero el interior de Miguel Delibes no era así, su conformismo era meramente externo (educado) y poco a poco irá realizando, dentro de su rica escritura sencilla, cada vez novelas más abiertas y plurales y más disidentes con cualquier pensamiento oficial, no sólo obviamente el del franquismo sino también el de la democracia... Sin alharacas, como un caballero vallisoletano, Delibes es cada vez más un heterodoxo.



Cuando en 1975 -muy poco antes de la muerte de Franco- entra en la RAE, su discurso de ingreso (que sorprendió mucho) es una clara defensa de la ecología, de los verdes a partir de su obra… En El disputado voto del señor Cayo (1978) Delibes pretende hablar de unos jóvenes socialistas que se meten (buscando votos) en los pueblos perdidos de la alta montaña castellana. Allí, en un pueblo casi abandonado, encuentran al señor Cayo, que lejos de ser un primitivo (o siéndolo en el sentido más profundo) les enseña a los chicos como sólo desde el contacto y la vida en simbiosis con la naturaleza se podrá salvar el planeta. Porque Delibes creía que la Tierra iba muy mal por culpa del hombre, aunque este culpable, amándola, podría ayudar a remediar sus graves males. Católico siempre, pero enamorado del "cristiano nuevo" que postulaba el Vaticano II, Delibes escribe su última gran novela, El hereje (1998) para disentir del catolicismo oficial español y de su rancia intransigencia, para decir que los autos de fe contra los protestantes fueron una lacra para España que nunca debiera volverse a repetir. Delibes aboga por la libertad religiosa plena y sobre todo por un catolicismo de veras nuevo y renovado, que se haya olvidado ya de Trento.



En Los santos inocentes (1981) -con gran éxito posterior gracias al cine- Delibes no sólo se pone, otra vez, cerca de los olvidados campesinos de su Castilla pobre, sino que ataca los abusos que una aristocracia y un señoritismo rancio y feudal perpetran contra los humillados y ofendidos, siguiendo aún aquellos malos usos, en teoría abolidos desde finales del siglo XV. Por eso el inocente Azarías no es un criminal cuando mata al señorito que ha matado a su milana, sino un elemental ser justiciero, que sigue el simple camino de la bondad. Podemos poner muchos más ejemplos y Buckley lo hace. Pero quizá lo más interesante y necesario es señalar (y con contundencia) que Delibes no era el señor anticuado, provinciano, burgués y aficionado a la caza que siguen viendo quienes no lo han leído. Fue siempre un hombre sin afán de llamar la atención (pese a su gran éxito) pero la evoluvión de su narrativa y de su pensamiento fue, literalmente, incesante. Con Parábola del náufrago (1969) jugó con la novela experimental y con la necesidad de defender la libertad individual, contra las extremas experiencias totalitarias. Sin tener que ver con el Orwell de 1984, Parábola del náfrago está muy cerca de ese sentido de la libertad. Delibes pudo empezar siendo un hombre moderadamente conservador pero es seguro que hacia 1974, ya se encaminaba por senderos antiburgueses, antitradicionalistas y "verdes". La gente lo vió poco (salvo sus lectores) porque no hizo ruido. Era rompedor, pero un caballero.