Foto de familia del soldado Bruno Langhben, el 'nazi perfecto'.
La búsqueda de la verdad acerca de su abuelo ha llevado a Davidson a escribir un libro excelente, que no es tanto una biografía de Bruno Langhben como un retrato de un grupo de aquellos alemanes nacidos a comienzos del pasado siglo que se aprestaron a restaurar a golpes el orden y la grandeza de la patria.
La búsqueda de la verdad acerca de su abuelo ha llevado a Davidson a escribir un libro excelente, que no es tanto una biografía de Bruno Langhben, que apenas se puede escribir por falta de datos y que en definitiva tampoco interesaría demasiado, como un retrato de un grupo, el de aquellos alemanes nacidos a comienzos del pasado siglo, que vivieron como adolescentes entusiastas los triunfos de la I Guerra Mundial, sintieron como una traición la derrota de 1918, vieron en la democracia de Weimar una degeneración y se aprestaron a restaurar a golpes el orden y la grandeza de la patria. Con gran agilidad narrativa, Davidson reconstruye los sucesivos ambientes a través de los cuales el joven dentista prusiano fue ascendiendo en las filas nazis hasta convertirse en el oficial de las SS satisfecho de si mismo y de mirada glacial que aparece en la fotografía de cubierta con su mujer y su hija, la madre de Martin. No hay cartas privadas ni recuerdos de parientes o amigos que atestigüen lo que Bruno sintió o pensó en cada momento, pero cabe deducirlo con facilidad de las opciones que tomó. En definitiva, no era un individuo singular sino un ejemplar característico de su especie, que compartía creencias y conductas con miles de congéneres, pero al haber escogido Davidson la trayectoria de su abuelo como eje conductor de su narración, el lector se siente inmerso en la historia y a veces le parece percibir los acontecimientos como los habría vivido un militante nazi.
Ello no implica el más mínimo intento de justificación, pues el secreto de familia que la investigación de Davidson ha revelado conduce a una de las mayores maldades del pasado siglo, al corazón de las tinieblas. El hecho de que nada indique que Bruno fuera un psicópata sádico resulta incluso más inquietante. Era un hombre autoritario y de mentalidad simple, capaz de asumir una ideología letal que dividía a los seres humanos entre seres superiores y escoria y de hacer carrera al tiempo que luchaba a favor de ese fatídico ideal, pero en definitiva era un tipo más o menos corriente. Tuvo la suerte de que en los últimos días de la guerra un oficial soviético, que ignoraba su pertenencia a las SS, evitara que un partisano checo le disparara en la nuca, como acababa de hacer con otros alemanes. En la posguerra dejó atrás su pasado sin sentimiento de culpa y disfrutó de la prosperidad de la República Federal, feliz con su cerveza, su aguardiente y su cigarrillo, como aparece en una fotografía de los años sesenta.