Edith Wharton
El primero de estos tomos contiene una serie de cinco artículos, publicados primero en Scribner's y como libro en 1924 con el título de The writing of fiction, a los que se añade una sexta pieza, veinte años anterior, sobre "El vicio de leer". Edith Wharton (Nueva York, 1862 - Saint-Brice-sous-Forêt, Francia, 1937) ve, efectivamente, como inseparables la creación y la lectura, hasta el extremo de que un autor solo se confirma cuando comienza a escribir "no para sí mismo, sino para ese otro yo con el que el artista creativo está siempre en misteriosa correspondencia y que, felizmente, tiene una existencia objetiva en algún sitio y recibirá algún día ese mensaje que se le envía, aunque tal vez el emisor no llegue nunca a saberlo".Y como derivación de la actividad lectora, el segundo volumen trata de la crítica literaria, tanto aplicada a la novela como al teatro, así como de la semblanza de tres escritores especialmente significativos para la novelista neoyorquina: George Eliot, Henry James y Marcel Proust. Este último, no exactamente para bien, pues lo considera un fiasco por no haberse convertido en "el nuevo Balzac".
Por el contrario, James fue su maestro. Le reconocía el definitivo logro de la focalización narrativa a partir de la conciencia de un personaje "reflector" que presta su visión a la voz del narrador en tercera persona y, sobre todo, admiraba su consciencia de "la arquitectura de la novela", que antes del autor de The Embassadors no le parecía que hubiese tenido en el mundo anglosajón un cultivo equiparable al de los grandes nombres de la protonarratología francesa. Wharton intenta paliar esta carencia secundándolo, como también lo hará otro de sus discípulos, Percy Lubbock, el autor de The Craft of Fiction.
Su empeño no va mucho más allá de las buenas intenciones, no solo porque su terminología se diluya en el impresionismo y la carencia de rigor conceptual sino porque su conocimiento de la historia del género literario que cultivó con cierto éxito nos resulta más que limitado. Acierta Wharton al considerar la novela "la más novedosa, la más fluida y la menos formulada de las artes", pero, deslumbrada casi en exclusiva por la literatura francesa, desenfoca por completo la referencia a su refundación moderna.
A través de Schopenhauer parece saber de la existencia de El Quijote, pero probablemente sin haber leído la obra la despacha como "una parodia ligera de la novela picaresca de la época", de la que tampoco acredita saber nada en concreto. Más sorprendente resulta, incluso, que no descubra el auténtico valor de estas narraciones españolas del XVI y XVII a través de la poderosa impronta que dejaron en los novelistas ingleses del XVIII que Wharton si leyó. Y así, le parecen "libros asombrosamente modernos" Adolphe o Manon Lescaut. Para ella, la modernidad novelística nació, antes que con Stendhal, Flaubert o los rusos, con Madame de La Fayette y La princesa de Clèves!
Con no mayor perspicacia se aproxima Edith Wharton a la literatura de su momento, más allá de la estirpe jamesiana. Su ensayo de 1934 "Tendencias de la ficción actual" consiste en un descarnado alegato contra el Modernism al que critica su abstracción -la enjundia intelectual de la "novela de ideas"- y, en definitiva, su deseo de novedad. Simultáneamente, en "Valores permanentes en la ficción" reitera su desapego hacia "el señor Joyce y la señora Wolf", pues "una novela es una obra de ficción que contiene una buena historia construida en torno a unos personajes bien dibujados". Y contrapone, como si fuesen dos técnicas equivalentes y totalizadoras, el "retazo de vida" naturalista y el "flujo de conciencia" modernista. Está convencida de que la verdadera originalidad no busca nuevas formas, sino una nueva visión, que es lo que Henry James había aportado a la gran tradición casi exclusivamente francesa de la novela moderna.
De entre todos estos escritos de Edith Wharton, fechados entre 1902 y 1937, destaca por su interés el último de ellos, publicado póstumamente, unas páginas sobre "Mi viejo Nueva York". Merece la pena leerlas para identificar autobiográficamente los motivos principales de The Age of Innocence, su premio Pulitzer de 1921 que dio pie a una gran adaptación cinematográfica de Martin Scorsese, la tercera si tenemos en cuenta la que en fecha tan temprana como 1924 realizó Wesley Ruggles y la que, ya sobre la versión teatral de la novela, la RKO filmó en 1934.