Ilustración del HARPER'S WEEKLY sobre el tráfico de esclavos (1860)

Ecobook. Madrid, 2012. 411 páginas. 20 euros

La primera mitad del siglo XVIII, al igual que el último tercio del siglo precedente, sigue siendo una época parcial e insuficientemente conocida de nuestra historia económica. Sin embargo, en los últimos años se cuenta con contribuciones muy positivas de diferentes investigadores, como Reyes Fernández Durán, quien publicó en 1999 una excelente monografía sobre Jerónimo de Ustáriz, el mejor escritor económico español de la primera mitad del siglo XVIII, y uno de los más conocidos en toda Europa.



En este libro Fernández Durán se ocupa de una cuestión muy debatida desde el punto de vista moral, y también desde el histórico, en el mundo occidental desde hace tres siglos: la existencia de la esclavitud y su utilización como instrumento económico. La historiografía anglosajona se ha ocupado de modo profuso de esta cuestión, a diferencia de la española, lo cual confiere a este libro un valor adicional. En España hubo esclavos desde el siglo XV, fueron introducidos desde África por españoles y su mayor propietario era la Corona, que los utilizaba para sus minas y galeras. Pero fue la explotación económica de América el verdadero impulsor del tráfico negrero, debido a la prohibición legal de la esclavización de la población india y a la necesidad de trabajadores forzosos para labores penosas, aunque los africanos fueron asimismo dedicados al servicio doméstico. Ya en el siglo XVIII, las plantaciones de tabaco, azúcar y algodón absorbieron la mayoría de los esclavos.



Los españoles no participaron del comercio de esclavos en la medida en que lo hicieron portugueses, holandeses, franceses o ingleses. En primer lugar, por el Tratado de Tordesillas (1494) que reservó a Portugal los asentamientos de la costa africana occidental y de parte de América, el Brasil, dejando a España los territorios más al oeste. En segundo lugar, por el particular colonialismo de factoría o enclave comercial trasatlántico que desenvolvieron otros europeos, a diferencia de los españoles. En tercer lugar, por la preferencia de la Corona española por la fórmula económico-fiscal del asiento, que generalmente otorgaba, por un período, un monopolio de suminis- tro a uno o varios comerciantes, a cambio de un ingreso determinado a la Real Hacienda; en los contratos correspondientes solía fijarse el precio unitario del artículo suministrado, en este caso el esclavo. Además parte de la deuda pública estaba afectada a los ingresos que proporcionara el asiento.



Hay cuatro aspectos que distinguen a este libro y lo hacen recomendable. En primer lugar, Fernández Durán describe con claridad la evolución de estos asientos desde el siglo XVI a finales del XVIII, del que se ocuparon sucesivamente españoles, franceses e ingleses, estos últimos en función de condiciones políticas y económicas internacionales. Asimismo efectúa un análisis pormenorizado de las circunstancias que se vivieron en la Corte española, en diferentes momentos del Seiscientos y del Setecientos, y de las relaciones con otras potencias. En tercer lugar, la autora conecta con las modificaciones experimentadas en la organización mercantil, por ejemplo, la aparición de compañías privilegiadas de comercio. Los Ilustrados cuestionaron este sistema por el daño comúnmente asociado al monopolio: la desproporción del precio regulado, que propiciaba el comercio de contrabando. A principios del XVIII, el precio de un esclavo en puertos hispanoamericanos doblaba el de Jamaica. Campomanes, por ejemplo, abogó activamente por el librecambio de esclavos, que finalmente se alcanzó en 1789. La esclavitud no sería abolida en el Caribe español hasta el último cuarto del XIX, en gran medida por las altas ganancias que proporcionaba.



La cuarta característica distintiva de este libro es la importancia que concede a las opiniones, económicas y éticas, sobre la esclavitud, desde el XVI al XVIII. Resulta muy ilustrativa la visión ofrecida sobre el Tribunal de la Inquisición, preocupada porque se preservara la ortodoxia católica de los esclavos respecto a los herejes extranjeros. Resultan sumamente interesantes las opiniones de dominicos del XVI, como Tomás de Mercado o Bartolomé de Albornoz, aunque del primero se omite su pertenencia a la Escuela de Salamanca. En ella, Mercado justificaba en sí mismo el tráfico negrero -no así Albornoz- pero lo consideraba lamentable y miserable, porque la mitad, al menos, de los esclavos era engañada o tiránicamente cautiva o forzada.