Traducción de Hugo García. Alianza. 424 páginas. 22 euros

A pesar del indefinido título, no estamos ante "otro maldito libro sobre la guerra civil". El objeto de este trabajo no son las operaciones bélicas, las cuestiones políticas, los grandes nombres, los hitos llamativos o la vertiente cultural. Todos esos aspectos han sido ampliamente tratados por los más de 20.000 volúmenes que se han escrito sobre nuestra guerra. Estamos ante una historia social y económica de la contienda limitada al llamado "campo nacional" y con dos elementos que la hacen especialmente atractiva: primero, una perspectiva comparada que no se limita al tópico cotejo con el entorno europeo, sino que toma como referencia las más lejanas luchas civiles rusa y china. Segundo, el estudio de aspectos materiales y cotidianos tradicionalmente desdeñados por la historiografía, como los rendimientos agrícolas, la cría de ganado, la caza y la pesca, la industria, el transporte o los servicios postales. No es de extrañar un enfoque así en un investigador que ya nos ofreció hace unos años la magnífica A ras de suelo (Alianza, 2003), otra historia desde abajo centrada en este caso en el campo republicano.



Seidman se plantea explicar la victoria franquista en una época (s. XX) y un contexto geopolítico amplio (de un extremo a otro de Europa y Asia) que se caracterizan en su opinión porque las fuerzas reaccionarias son sistemáticamente derrotadas en conflictos de este tipo. Desde mi punto de vista Seidman carga demasiado las tintas en este punto de partida, que le conduce a establecer de forma muy contundente que, desde una óptica comparada, el "caso de España es excepcional" por cuanto es "el único en el que los contrarrevolucionarios derrotaron a los revolucionarios". A esta discutible premisa se une un examen crítico de las explicaciones usuales de la victoria franquista, en especial la que considera determinante la contribución alemana e italiana. Aun suponiendo que ésta fuera tan decisiva, arguye el hispanista, quedarían por determinar aspectos esenciales, como el uso eficiente del material suministrado. Y pone como ejemplo que, en sus respectivas guerras civiles, chinos y rusos contrarrevolucionarios recibieron más ayuda que sus contrincantes, y aun así fueron vencidos. Tampoco le parecen convincentes otras apreciaciones usuales, como las que enfatizan los aspectos políticos o culturales (!las calorías -arguye- tienen tanto sentido como la cultura"). Seidman aboga por un meticuloso análisis de las condiciones materiales de vida para explicar por qué se produjo "la victoria nacional".



El grueso de la obra es una detallada descripción de esos aspectos cotidianos y de la gente común que, no sólo luchaba en el frente, sino que cultivaba, producía u organizaba en la retaguardia, haciendo realidad día a día una cultura contrarrevolucionaria basada en la propiedad, la religión y los valores tradicionales. Esa eficiencia contribuyó de modo decisivo a derrotar a la República, pese a gozar ésta de mejores bazas al producirse el levantamiento (la mayor parte de la población, la industria y el territorio, y hasta las dos urbes principales, Madrid y Barcelona). No fue solo, argumenta el autor, cuestión de deméritos (republicanos) o contexto internacional, sino una incontestable "superioridad de los nacionales" en aspectos organizativos que no han sido tenidos debidamente en cuenta, desde el control de la inflación a la producción eficiente de alimentos o la oferta de servicios estatales eficaces. En su proceso de desmontar las usuales alegaciones progresistas, Seidman no duda en sostener por el contrario que "Franco fue el contrarrevolucionario con más éxito del siglo XX y demostró ser más competente que Chiang, Denikin, Wrangel o Kolchak". Una conclusión provocadora, desde luego, pero que es fruto de un sólido trabajo empírico.