Paul Auster y J. M. Coetzee.
Que Paul Auster (Nueva Jersey, 1947) y J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) firmen un proyecto conjunto, consistente en una serie de cartas fechadas entre 2008 -cuando se conocieron en persona- y 2011, es una noticia de importancia. El resultado, en cambio, no lo es. Para empezar, haremos bien en no leer Aquí y ahora buscando los placeres que suelen proporcionar los epistolarios: aquí no hay confesión ni sangre propia o ajena, ni accedemos a ningún aspecto revelador de la vida de los autores. Hay, eso sí, anécdotas coloristas que permiten fantasear al mitómano con cruzárselos al repostar en una estación de carretera francesa. Pero, ¿esto a dónde nos lleva? Pues no muy lejos. Y si un optimista quisiera entender el libro como una forzada vuelta de tuerca al ambiguo papel del artificio en la construcción del yo, cuestión que ciertamente sale de paseo en algunas páginas de Aquí y ahora, el balance sería peor: el Coetzee de la falsa biografía Verano era un personaje mucho más rico que estas dos voces.De todas formas, el experimento no me parece tan sofisticado. Es más útil concebir el volumen como un acto en el que los maestros suben a un estrado y conversan ante el público, con el encanto y las limitaciones de un bolo así. Estos dos novelistas no dejan de mirar por el rabillo del ojo a la cuarta pared donde los lectores atendemos a sus réplicas, a su actuación. No dirán nada que importe de verdad; eso lo hacen en sus novelas.
Admito que el diálogo desprende una elegancia espontánea en su desarrollo: los temas van y vienen, cabalgando sobre constantes ocultas. Al principio, Coetzee enmarca el libro hablando sobre la amistad, a lo que Auster responde que "las mejores amistades, las más duraderas, se basan en la admiración". Esta idea consoladora aleteará a partir de entonces sobre cada carta, en parte porque Auster interpreta incansablemente el papel de amigo admirador hasta caer en excesos un poco sonrojantes, la verdad, llamando "querido abuelito" a Coetzee o preguntándole, "¿no habrás sido nunca vaquero americano?". Pero además, mientras andan a vueltas con la amistad, Coetzee desliza algún comentario sobre el adulterio o el deporte. Y estos asuntos irán desplegándose a continuación con una naturalidad sorprendente, dejando aquí y allá nuevos hilos sueltos de los que tirar. Por desgracia, no les pegarán tirones muy enérgicos: estas cartas no sacan nada esencial a la luz. Si acaso, alguna vez dejan en evidencia a los implicados.
Veamos, por ejemplo, cómo abordan la crisis financiera. El primero en mencionarla es Coetzee, planteando una hipótesis sugerente: lo único que ha provocado este desastre es una ficción, la circunstancia intangible de que "ciertos números han cambiado". Paul Auster intenta desarrollar la idea, aunque le sale una mera reelaboración: "la suprema ficción de nuestro tiempo es el dinero". Todo esto está bien, aunque es divagante y no muy novedoso. Para avanzar en la discusión, la propuesta del premio Nobel es "que inventemos una serie nueva y ‘buena' de números que reemplacen a los números viejos y ‘malos', y que instalemos esos números nuevos en todos los ordenadores del mundo", algo que equivaldría a "una justicia económica universal". ¿Y si se imprimiera más dinero para repartirlo entre todos los ciudadanos, replica el americano? Naderías. Finalmente, Auster confiesa: "no estoy muy preparado para hablar de ese tema". Y el lector se pregunta, de nuevo, a dónde lleva esto.
Lo mismo ocurrirá con todos los frentes políticos que se abordan, aunque maticemos: Auster ofrece una visión equilibrada del conflicto entre Israel y Palestina, y el propalestino Coetzee cuenta cosas interesantísimas sobre el fin del apartheid en Suráfrica, del que extrae la siguiente lección: "la derrota es algo que existe, y los palestinos han sido derrotados. Por amargo que sea ese destino, tienen que aceptarlo, llamarlo por su nombre y tragárselo". Aquí y ahora sí lanza destellos al hablar de narrativa, sobre la que hay puntes curiosos, atractivos. Me gusta que Coetzee aluda a "la buena voluntad entre lector y escritor". Auster hace preguntas fascinantes (que no quedan resueltas, pero eso está bien) sobre la configuración del espacio en la escritura. Cuando estos magníficos novelistas hablan de su oficio, lo que dicen es útil. Y en la periferia de su mundo recibimos capones los críticos, o tal vez los malos críticos, esa "clase de persona que se gana la vida diciendo cosas ingeniosas a expensas de los demás", una definición que pone el dedo en la llaga de un oficio menor redimido, a veces, por la honestidad o el entusiasmo.
Sin embargo, visto en conjunto Aquí y ahora me parece una operación fallida, en la que no se ha calculado bien el verdadero alcance del material que J. M. Coetzee y Paul Auster se llevaban entre manos. De fondo, suena una melodía constante y reconocible sobre el efecto de la ficción en la realidad, pero al resultado le faltan ganas de jugar -deportivamente- en serio y, sobre todo, el remate de alguna idea, aunque sólo fuera una. El lector curioso encontrará algunas cosas interesantes que, en todo caso, no logran estar a la altura de la obra narrativa de sus autores o imponerse lo suficiente como para evitar la decepción.