La Gran Barrera de Coral australiana

Altair, 2012. 334 páginas, 19 euros



Gabi Martínez (1971) es uno de los casos más extraordinarios de la nueva literatura de viajes en español. Si dejamos a un lado su narrativa de no ficción (Solo para gigantes) se puede decir que este autor catalán, y casi literalmente, está solo en un tipo de libro cuyas referencias clásicas serían una mezcla entre Laurence Sterne y Paul Theroux, mezclado (en particular En la barrera) con un formato de diccionario de autoridades pasado por Twitter. En otras entregas previas, como el viaje chino que realizó en 2008 y tituló Los mares de Wang, Gabi Martínez se mostraba más clásico, más efectivo también en cierto modo, porque optaba por un formato de libro con unas referencias muy claras: cultivado viajero occidental se enfrente a la realidad oriental y acaba reconociendo una descorazonada incomprensión de lo que le rodea en una dialéctica casi platónica con un convidado de piedra (Wang) que acaba siendo, de manera inesperada, el interlocutor más válido.



En esta nueva entrega-crónica de viajes sobre la gran barrera de coral que reúne casi tres mil arrecifes y recorre más de dos mil kilómetros frente a la costa del estado de Queensland, en Australia, Gabi Martínez abre el libro con una muy elocuente (por lo que tiene de declaración de intenciones) cita de Murakami: "Poco a poco se va formando una realidad vinculada a los detalles, de la misma manera que la fricción de unas piedras, de una maderas, produce al final calor y fuego. De la misma manera que una acumulación casual de sonidos va conformando una secuencia rítmica a través de una repetición monótona aparentemente sin sentido". En cierto modo el autor explica desde el primer minuto cómo ha de leerse la estructura fragmentaria de su crónica de viaje: como un todo cuyo sentido irá conformándose en la totalidad. Gabi Martínez prefiere, en esta entrega, "desaparece" casi totalmente como personaje para presentar con una neutralidad más eficaz el caleidoscopio de voces y de paisajes que componen esta crónica australiana. Que haya sido un acierto o no queda abierto a debate. La sensación final es más parecida en realidad a estar leyendo una serie de retratos extraordinariamente planteados y saltearlos con frases encontradas al azar por ese mismo lector en la red, o en otras lecturas. No sé hasta qué punto la unión de esos elementos confluye en un sentido coherente como el que reclama la cita inicial de Murakami o hasta qué punto habríamos preferido a un Gabi Martínez más presente y más "opinador subjetivo" de la realidad que le rodeaba, (a veces la excesiva petición de principio de la totalidad acaba exterminando la subjetividad más razonable y "universal") lo que sí es cierto es que la crónica está repleta de grandes virtudes y de una inteligencia analítica que ya querrían muchos.



Tal vez la mejor cualidad de los libros de viaje Gabi Martínez sea la de acabar formando una especie de "clima en el cráneo" del lector, su talento es precisamente el de generar la "temperatura" de un lugar extraño, y casi siempre ajeno en el que uno se reconoce sumergido a las treinta páginas. En esta entrega australiana uno se ve casi de inmediato envuelto en ese calor, en esa exuberante nada coralina a punto de extinguirse, entre esos personajes casi siempre solitarios y un poco vapuleados por la vida, pero optimistas y voluntariosos cada uno a su manera. Otro de los mejores talentos de Gabi Martínez es la selección de los nativos a los que utiliza como interlocutores. ¿No es acaso ése el mejor talento de un cronista; el de saber a quién dirigirse cuando se llega a un lugar extraño? Casi podría ser ese el verdadero talento de un buen viajero. Gabi Martínez, desde luego, lo es. De eso no cabe ni la menor duda.