Henry James
Por eso, sus libros de ensayo sobre ficción resultan tan especiales, pues rebosan de observaciones sobre novelas que James leyó con cuidado, para aprender, y que permiten comprender los trucos del oficio para conocer mejor el arte narrativo. Abre el tomo un capítulo dedicado a Louis Stevenson, el escritor que consiguió tener numerosos seguidores de sus libros, como La isla del tesoro, forjarse un lectorado, sin el que la ficción moriría. A continuación, presenta a Émile Zola, en cuya narrativa identifica un rasgo que separa al romance, la novela romántica, de la moderna, que la voz del autor no debe predominar en el relato. Por el contrario, sus pensamientos y valores deben aparecer distribuidos por los personajes, gracias a lo que el discurso se hará más teatral, dramático, creíble. La presentación de la naturaleza humana constituye el tema de las mejores obras del naturalista francés, y en ellas no insistirá en las impropiedades de la misma, como hace en las peores, porque se perderían de vista sus bondades, la esperanza.
El siguiente capítulo trata de su gran ídolo, Gustave Flaubert, a quien conoció personalmente. Le impresionó su imponente y retraída presencia, aunque nunca supo de sus dramas íntimos, la inseguridad del carácter, la dependencia de la madre, la sífilis, etcétera. James indica con precisa intuición que la auténtica tragedia de Madame Bovary proviene de que la naturaleza impulsa a actuar a la protagonista, una enorme ignorante, careciendo de dotes para pensar y cambiar su destino. Ella vive prisionera entre el sentimiento romántico y las realidades de la vida. Asimismo reconoce la grandeza de la Comedia humana, la gran obra de Honoré de Balzac, y comenta con agudeza las cualidades literarias de este fabuloso reportero de lo inmediato, que, a su vez, era capaz de representar los movimientos sociales con infinidad de matices, como nadie hiciera antes. Su mejor aportación al género consistió en conseguir que las ideas presentadas parecieran tan vivas como los hechos (p. 131).
James admiró profundamente a George Sand, otra de las figuras tratadas, pues reconoció en su obra un aspecto esencial para la literatura, que Flaubert y él mismo intentaron practicar, el vincular el arte y la experiencia personal, el saber expresar los sentimientos, sean de amor o de dolor, y convertirlos en verdadero material artístico. A Sand, por ser mujer, tantas veces criticada por exceso de sentimentalismo, la vio James con una mirada ajustada a su arte, según pocos saben verla. Gabrielle D'Annunzio, el excelente prosista italiano, un escritor de raza no de afán, como diría James, semejante al primer Valle-Inclán, que buscaba ante todo la belleza, en el estilo y en las ideas. Este inspirador de tantos modernistas supone el punto de llegada de esa gran narrativa decimonónica, cuando la atención a la realidad se interioriza y el arte literario se declara autónomo. Así llegamos a lo que James denomina la nueva novela.
Cierra el volumen un grupo misceláneo de ensayos, entre los que destaca "Charles Eliot Norton, un americano erudito de las artes", famoso conocedor de Italia y su cultura. El novelista es ya un profesional, que no necesita mecenas, sino amantes del arte.