V. S. Naipaul
Esa fusión entre vida y literatura campa ya por sus respetos en el prólogo, que reitera el título de otro de los más recientes libros ensayísticos del escritor de Trinidad: Reading and Writing: A Personal Account. Y todo el conjunto de estos Momentos literarios viene a reforzar esa faceta del Naipaul pandit; esto es, el que cumple en su persona la veneración hindú por el saber y la palabra.
En este sentido, los lectores españoles más fieles de Naipaul, que debemos ser muchos habida cuenta de la efervescencia editorial en torno a su figura, no encontramos ninguna novedad llamativa en esta nueva traducción. Ya sabíamos de la exótica mixtura que en él se produce -y que en parte le granjeó el reconocimiento de la Academia sueca interesada hace años por la literatura poscolonial- entre su condición de individuo desarraigado y de escritor que en estas páginas se declara profundamente intuitivo y desprovisto de "ningún sistema, ni literario ni político" (p. 223).
Lo más interesante de esta miscelánea es precisamente el relato de cómo su vocación por la escritura llegó a cuajar en circunstancias poco favorables que se nos describen de manera no solo reiterada sino también reiterativa. Miembro de la minoría india radicada en la colonia británica de Trinidad, nacido ya, como sus padres, en la isla caribeña, Naipaul pierde la lengua hindi y adquiere como propia la de la metrópoli, pero con el inglés no le es dada de forma natural una tradición literaria genuina, de la que se siente huérfano, lo que lo incapacita en un principio para narrar, pese a sus esfuerzos por hacerse novelista.
Así, entre los argumentos más interesantes que explican el drama personal de ser un "indio de Trinidad", un individuo entre "insólito y exótico" en busca de su realización como escritor de ficciones en inglés, está la inexistencia de una tradición novelística en la cultura de sus ancestros -la de Ramayana y Mahabharata-, pues Naipaul considera que la novela nace en el siglo XIX inglés, ruso y francés, pese a su debilidad por el Lazarillo de Tormes, que llegó a traducir sin que el editor de Penguin E. V. Rieu publicase su versión por considerar que "no se trataba de un clásico".
Una consecuencia sutil del colonialismo es la percepción que Naipaul tiene de que al cambiar de lengua debía conseguir también asimilar un nuevo código genéríco para hacer literatura, y especialmente para narrar su propio mundo -su centro-, que acabará encontrando en lo más próximo -su calle: Miguel Street-, sin obsesionarse por profundizar en el doble desarraigo de su estirpe, trasterrada del Ganges al Orinoco primero, y luego de la aldea minifundista y ucrónica al tráfago urbano de la capital Puerto España. En uno de los ensayos más interesantes del volumen, "Autobiografías indias", analiza así las obras de Gandhi y Nirad Chaudhuri, entre otros, sobre el supuesto de que cultivar el género inaugurado por Agustín de Hipona y Rousseau era "una costumbre exclusiva de Occidente" (página 166).
Entre los libros no narrativos de Naipaul destacan, asimismo, las Cartas entre un padre y un hijo, traducidas ya igualmente por Flora Casas en 2006. En una de ellas, que ahora aparece citada de nuevo aquí en la página 145, Seepersad Naipaul, periodista local y escritor frustrado, le dice a su primogénito, a la sazón estudiante en Oxford: "Ponte a trabajar en una novela en cuanto puedas. Escribe de cosas tal y como ocurren ahora, sé realista, gracioso cuando venga a cuento, pero no a propósito. Si te quedas sin tema, ponme a mí". Este último consejo paterno es el que el Nobel de Literatura más fielmente aplicó al conjunto de toda su obra desde sus comienzos con Una casa para Mr. Biswas y se convierte también en el leitmotiv principal de estos momentos entre autobiográficos y propiamente literarios que ahora se nos ofrecen.