Javier Gomá. Foto: Sergio Enríquez-Nistal

Taurus. Madrid, 2013. 296 pp., 20 e. Ebook: 9'99 e.



"Tuve que apartar la experiencia, para dejar sitio a la fe", podría decirse el filósofo Javier Gomá Lanzón (Bilbao, 1965), parafraseando a Immanuel Kant. Pues de fe y esperanza es de lo que versa este nuevo libro suyo, tras haber compuesto una trilogía de la experiencia de la vida que figura entre lo más sustancioso del pensamiento español reciente. No se trata, sin embargo, de un giro inesperado para quien haya seguido con el interés que merece el ambicioso proyecto filosófico desarrollado por el autor a lo largo de años. En su intención original estaba abordar también la dimensión religiosa de la existencia.



Una vez analizado lo común a toda experiencia humana en Imitación y experiencia (Pre-textos, 2003), explicitado el proceso formativo del individuo desde el estadio estético de ensoñación narcisista hasta la asunción del compromiso de la edad adulta con el hogar y la vocación en Aquiles en el gineceo (Pre-textos 2007), sugerido de qué modo dicho compromiso es susceptible de verse perfeccionado en la vida ciudadana en Ejemplaridad pública (Taurus, 2009), ha llegado el momento.



Su anterior trilogía constataba el hecho de que, vinculada a esa experiencia de finitud que nos une, el hombre moderno ha alcanzado una aguda conciencia de su dignidad incondicional. Ahora bien, esta conciencia se ve sacudida por el indigno destino de tener que morir que a todos nos aguarda.



Javier Gomá se plantea ahora cómo podría pensarse una conciliación entre la dignidad del yo y su desmentido. Más en concreto, se pregunta por la posibilidad de una forma de continuidad de la vida que presente no tanto el carácter una inmortalidad descrita a la vieja usanza, cuanto el de una suerte de "mortalidad prorrogada". Y es que Gomá es bien consciente de la necesidad de emplear categorías apropiadas a la mentalidad moderna, si de veras se quiere devolver a este tema su añorada vigencia. La esperanza en una vida futura comportaba en el pasado la obligación de ponerse de rodillas ante el Creador. De modo casi instintivo, el ciudadano de las actuales sociedades secularizadas no puede evitar sentir este acto como una humillación y tiende a rechazarlo. ¿Debería por ello negar toda trascendencia y encerrarse dentro de los confines de la experiencia? Gomá advierte que algo de lo humano se pierde cuando se clausura de pleno esa posibilidad. De ahí su insistencia en que la filosofía no debería olvidar un asunto que, de Platón a Kant, estuvo en primera línea de su agenda. No lo olvidaron, de hecho, algunos grandes pensadores de nuestra época. Basta recordar la filosofía del espíritu de nuestro llorado y admirado Eugenio Trías.



A fin de hacer creíble la hipótesis de una tal supervivencia personal, Gomá argumenta en un terreno antropológico antes que teológico, sirviéndose del genuino hilo conductor de su tetralogía, la noción de ejemplaridad. Acude entonces al cristianismo, cuyo signo más distintivo sería el hecho de que, al lado del Dios trascendente, proclama la existencia de un ejemplo también personal, inmanente, que vive y padece, que es injustamente muerto y sepultado, pero que, excepcionalmente, es devuelto a la vida.



En la super-ejemplaridad de Jesús halla Javier Gomá un asidero digno de crédito para la esperanza en una prórroga de la vida.



Así, más de la mitad de su libro está consagrado a perfilar una original imitatio Christi a la altura de nuestro tiempo. Con la pulcritud estilística a que nos tiene acostumbrados, su apuesta por lo que resulta necesario aunque imposible para el mundo contemporáneo no debería dejarnos indiferentes. Su reconstrucción del Jesús histórico y de la formación del canon neotestamentario queda, sin duda, abierta al debate. También parece legítimo discutir si el tomar la fe en Cristo resucitado como "hipótesis verosímil" en que basar la esperanza en la propia supervivencia personal no genera un circulus in probando. Pero el libro cumple de sobra sus expectativas: recuperar con altura de miras el tema de la esperanza para el presente, con independencia de que luego se preste o no asentimiento a una determinada forma de concebirla.