Richard Wagner

Edición de Blas Matamoro. Fórcola. 185 páginas. 15 euros



Parece que esta grata edición de bolsillo se hace para conmemorar el año del bicentenario del nacimiento del gran Richard Wagner. El libro tiene, con todo, dos partes complementarias pero distintas. El prólogo del editor es un relato de la historia del reinado de Luis II de Baviera, de su muerte, sus amores y su enorme pasión por la música y las óperas de Wagner (acaso por Wagner mismo, aunque castamente) y de otro, la selección antológica y fragmentada de cartas del maestro al rey y a su entorno.



Aunque, por supuesto las cartas fragmentadas vuelven más evidente lo que el prólogo cuenta, para quienes no conozcan la vida de Luis II, primo de Elisabeth de Austria- Hungría (la célebre "Sissi") a lo mejor tiene más interés ese relato que las cartas de Wagner, entusiasta del joven rey que se hace su protector desde Munich, pero también egoísta, interesado solo en su bien y en quien terminará siendo su mujer, Cósima von Bülow. Yo diría (que salvo trozos un tanto más incisivos) las cartas de Wagner sólo explican su interesado agradecimiento al rey, su amor correspondido y el gran afán (por encima de todo) de que se erija el teatro de Bayreuth, donde sus óperas sacras no se montarán de cualquier modo sino como él ha pensado y desea. No muy bello por fuera, pero acorde a esos gustos por dentro, se inauguró en 1876 -Nietzsche acudió al estreno- y Wagner lo nombra siempre como "mi teatro". Como el joven rey -andaba por los 20 años y era alto y atractivo- adora a Wagner y a su música, las frases de las primeras cartas no pueden ser más expresivas y ambiguas: "¡Ah, el amado joven! Ahora él es todo para mí, mundo, mujer, hijo..." Hasta "¡Es el amor entre un rey y un poeta!". Sí, seguramente Wagner se sentía sólo halagado y fascinado por la extravagante generosidad del rey, aunque en este último había más. Por ello el editor concluye afirmando que Wagner fue el gran amor del rey, que quizás amó idealmente a su prima la emperatriz de Austria, a algun actor, y en su etapa final, grueso y misántropo, incluso a camareros bien parecidos; pero ninguno era Wagner.



Loco o extravagante el rey fue apartado del trono, y se suicidó. Sin duda (y el libro lo demuestra) Wagner y su obra fueron la gran pasión de Luis de Baviera, correspondida según las necesidades del músico. Pero por mucho Wagner que sea Ricardón (como lo llama el editor) no agota la rara fascinación que provoca Luis II.