Image: Héroes, heterodoxos y traidores. Historia de Euskadiko Ezkerra

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Ensayo

Héroes, heterodoxos y traidores. Historia de Euskadiko Ezkerra

Gaizka Fernández Soldevilla

31 mayo, 2013 02:00

Bandrés en 1996 junto a la viuda de Carlos García de Goena, víctima del GAL

Tecnos. Madrid, 2013. 427 páginas, 23'50 €.


La historia no está escrita de antemano. Ninguna causalidad histórica profunda determinó que Euskadi fuera a ser uno de los pocos rincones de Europa en los que una banda terrorista lograra un cierto respaldo social y mantuviera su actividad asesina durante más de cuatro décadas. Ello fue el resultado de múltiples decisiones libres, a partir de la decisión de los etarras de iniciar en 1968 los asesinatos, para poner en marcha su estrategia de acción-represión-acción, y de la burda respuesta del régimen franquista, que con su represión indiscriminada jugó de lleno el papel que se le atribuía en dicha estrategia y contribuyó a que ETA llegara a la transición democrática con un importante capital de popularidad. Que un puñado de jóvenes radicalizados optara por la violencia en 1968 y que el régimen de Franco respondiera como lo hizo no resultan sin embargo tan sorprendentes como la negativa de ETA a aceptar la posibilidad de una salida pacífica, que de diversas formas le ofrecieron Suárez, González, Aznar y Zapatero, o la escasa merma en su respaldo social que ello le causó.

ETA ha llegado finalmente a una derrota incondicional, que no parece haber preocupado mucho a sus seguidores batasunos, quienes disfrutan del retorno a las instituciones tras los años de ostracismo que la ley de partidos les impuso por su apoyo al terrorismo. Sería una injusticia y un insulto a sus víctimas ofrecerle ahora una amnistía a cambio de su disolución, pero hay que reconocer que en los difíciles momentos de la transición era comprensible intentarlo y que de haberse logrado se habría evitado mucho sufrimiento. Lo que apenas se recuerda es que esto se logró respecto a una porción del mundo etarra, la que representaban ETA político-militar y su brazo político, Euskadiko Ezkerra. Su historia la narra en un libro bien escrito y bien documentado, Héroes, heterodoxos y traidores, un joven historiador de talento, salido de esa excelente cantera que es la Universidad del País Vasco: Gaizka Fernández Soldevilla.

Su provocativo título merece una explicación, porque constituye una irónica referencia a la perspectiva de la comunidad nacionalista, en la que el PNV representa la casa del padre y los batasunos a los hijos díscolos que han ido por una mala senda, pero que siguen siendo hijos de Sabino Arana, mientras que los de Euskadiko Ezkerra han descendido al infierno del imaginario nacionalista. Gentes como Mario Onaindía, el más carismático de sus líderes, condenado a muerte en el proceso de Burgos, fueron tenidos como héroes en los años 70; fueron denunciados como heterodoxos cuando se comenzó a sospechar que estaban dispuestos a aceptar la integración de un Euskadi autónomo en una España democrática; y se convirtieron en traidores cuando un sector de ellos cometió el pecado de unirse con un partido español, el Partido Socialista de Euskadi: Onaindía vivió con escolta hasta su muerte en 2003. El Papa nacionalista, Xabier Arzalluz, nunca disimuló su benevolencia hacia Batasuna y su desprecio hacia los traidores de Euskadiko Ezkerra, y el electorado nacionalista no premió el abandono de las armas por ETA pm en 1982, como en cambio ha premiado en las urnas al brazo político de la otra ETA, cuando ésta las ha abandonado a su vez, treinta años y cientos de víctimas después.

ETA pm asesinó a 17 personas durante la transición y Euskadiko Ezkerra la siguió apoyando a pesar de haber optado por la vía del estatuto de autonomía, una contradicción insostenible que desapareció cuando el intento de golpe de Estado del 23-F de 1981, al que los crímenes etarras habían aportado su gran pretexto, les hizo comprender que la autonomía vasca estaba en peligro. Pero, incluso después de que ETA pm se disolviera, sus partidarios nunca afrontaron un análisis crítico de su pasado, sino que se aferraron a la consoladora ficción de que la violencia había estado justificada hasta 1981. Con todo, recuerda Fernández Soldevilla, a partir de esa fecha muchos de ellos contribuyeron a que el terrorismo perdiera apoyos y la democracia se asentara.